A vueltas con la autogestión, el cooperativismo y el comunal

Tradicionalmente el movimiento obrero ha impulsado diversas experiencias de tipo cooperativista y autogestionario. La mayor parte de estas experiencias se basan en una visión del capitalismo que tiene como centro la propiedad de los medios de producción y la explotación de los trabajadores por medio de la plusvalía. Históricamente el movimiento autogestionario se ha conformado con gestionar de forma autónoma por parte de los trabajadores la producción de mercancías. El resultado evidente es que los trabajadores se constituyen en empresarios de sí mismos para llevar a cabo un proceso productivo destinado a producir mercancías y obtener ganancias, y por tanto a generar valor y capital. Dado que la producción de estas cooperativas autogestionarias va dirigida al mercado está sujeta a las mismas leyes del mercado que cualquier otra mercancía producida en cualquier otra empresa capitalista.

La producción destinada al intercambio en un mercado competitivo, aun realizándose de forma autónoma por los propios trabajadores de forma cooperativista y autogestionada, es una forma diferente, más igualitaria, de generar valor, de convertir el trabajo en dinero y por tanto continúa fomentando un tipo de relaciones sociales mediadas por el dinero.

CECOSESOLA es una red de cooperativas venezolana que cuenta con casi cincuenta años de existencia. Es una comunidad organizada para resolver sus problemas internos sin recursos externos. Una comunidad que autogestiona su propia vida y su lucha contra el sistema de mercado, para la que su propio proceso comunitario es el mayor bien común a gestionar. Las relaciones no son mediadas por el dinero, no existen jerarquías de ningún tipo, las decisiones se toman por consenso. Caminan paso a paso. Aún no se han liberado del dinero y del mercado completamente, pero su caminar se dirige hacia este objetivo.

CECOSESOLA: vivir lo común día a día

Cecosesola: La revolución es un caldo que sólo puede cocinarse a fuego lento

Por John Holloway

Blog Rafael Uzcátegui

(Epílogo a libro a editarse en Alemania)

La revolución es un caldo que sólo puede cocinarse a fuego lento. Este comentario, hecho por uno de los jóvenes miembros de la Cooperativa Cecosesola en ocasión de su visita a Puebla hace algunos años, se quedó grabado en mi mente.

Pareciera contradictorio. Estamos acostumbrados/as a pensar las revoluciones como eventos espectaculares. La Revolución Francesa, La Revolución Rusa: reúnen intensos cambios dramáticos. Inclusive cuando vislumbramos los acontecimientos recientes, lo que atrae nuestra atención e impulsa nuestro entusiasmo son: la plaza Tahrir, Sintagma, Puerta del Sol. Existe tanto sentido de urgencia, tanta profunda necesidad de destruir el capitalismo antes que nos destruya a nosotros/as mismos/as. Entonces, ¿Cómo es eso que la revolución sólo puede ser cocinada a fuego lento?

Sin embargo, no existe contradicción. Hay que pensar la revolución en dos tiempos diferentes. Por un lado, la aguda explosión de nuestro No absoluto: No aceptaremos las medidas de austeridad que imponen los gobiernos; No, no vamos a aceptar la dictadura – ni la dictadura de los dictadores, ni la dictadura del dinero disfrazado de democracia; No, nosotros no continuaremos aceptando la obscenidad del capitalismo.  Esas explosiones de ira, tan bellas en los últimos meses, son necesarias para romper con la tiranía del actual sistema. ¿Pero qué hacemos después? Si después de un fin de semana dedicado a darle un golpe de estado al sistema, tenemos que volver el lunes en la mañana al trabajo o a hacer la cola para cobrar el seguro de desempleo, o a volver a vender chicles en los semáforos, entonces, habremos hecho muy poco para transformar la sociedad.

Nos encontramos ante el viejo dilema de las fuerzas de producción. El punto de vista tradicional-ortodoxo concebía  la revolución como si las fuerzas de producción desbaratarían  unas relaciones de producción ya fuera de moda  que representaban un obstáculo al desarrollo de  esas fuerzas productivas. El problema con este  punto de vista yace en que muy a menudo se entendían  las fuerzas de producción como el potencial tecnológico del proceso productivo, de manera que esta visión tendía a llevarnos a un determinismo que poco tiene que ofrecer a la lucha anti-capitalista.

Y el problema continúa. Podemos acabar con tantos gobiernos que queramos, podemos acabar con Merkel, y Sarkozy  y Cameron, pero si no creamos una alternativa, una manera no capitalista de producir y reproducir nuestras vidas, no vamos a llegar muy lejos. Si concebimos las fuerzas productivas, no como tecnologías inherentes a las máquinas sino como nuestro propio poder creativo, entonces podemos decir que nuestra capacidad de cambiar el mundo depende radicalmente no sólo de explosiones de ira sino también del desarrollo de nuestras fuerzas productivas, eso es de nuestro poder creativo, de hacer las cosas de manera distinta. Este fue el problema que  enfrentó el levantamiento enormemente importante y creativo de  Argentina  en los años 2001/2002. Este es el dilema que confrontan miles y miles de rebeldes hoy en día en Grecia. Para poder quebrar el poder del capital, para poder decirle al capital que se vaya al carajo, debemos construir nuestro propio poder, no un poder sobre el otro como el de ellos, sino un poder-hacer, nuestro propio poder creativo.

Este es el otro  momento  de la revolución, y  es ésta la substancia central de la revolución que sólo puede ser cocinada a fuego lento. La transformación  de nuestro modo de vida, de cómo producimos y creamos no se puede lograr  por decreto: necesariamente implica un proceso cuidadoso, un movimiento implacable de abajo hacia arriba, presionando constantemente por hacer las cosas de maneras diferentes, preguntando mientras caminamos, siempre inventando la innovación y  re-innovación de hacia dónde vamos. Está claro que las explosiones y las rupturas son importantes para darle fuerza a la revolución y para abrir espacios, pero detrás de las revueltas espectaculares deben haber, y existen, múltiples revueltas silenciosas, presionando diariamente hacia otra dirección, creando nuevas maneras de hacer las cosas, construyendo relaciones sociales diferentes. Esto no se logra a través de leyes u otras medidas tomadas desde arriba sino sólo, silenciosamente, desde abajo.

Es dentro de este contexto que vislumbro a Cecosesola como una experiencia enormemente importante e inspiradora. No se trata de un modelo. No se trata de una Manera Correcta que debe ser reproducida en otros espacios. No se trata de un modelo, se trata de una inspiración. Y lo que nos inspira no es simplemente el hecho del largo tiempo durante el cual viene desarrollándose la experiencia (¡ya va por 44 años!) sino su preocupada dedicación por hacer las cosas de maneras diferentes, por crear algo que  emerge en y desde la base. Cuando hace algunos años visité por primera vez a Cecosesola me costó mucho comprender que los miembros de una organización, que cada fin de semana le suple alimentos a alrededor de 55.000 familias, tuviera que dedicar  tanto tiempo conversando en grupos sobre los más diversos tópicos (claro está, contando con la presencia de niños y bebés) y resolviendo todo por la vía del consenso. Todavía hoy en día me cuesta mucho comprenderlo pero he visto que funciona. Discutiendo sobre todo lo que acontece, rotando las tareas, y funcionando con base en la confianza (por ejemplo, no existen cajas registradoras con el objetivo de controlar a las personas que manejan dinero)- todo esto forma parte de la construcción, aquí y ahora, de un mundo diferente. Para aquellos/as de nosotros/as que vivimos de cerca la experiencia Zapatista, esta experiencia  se puede vislumbrar como un  Zapatismo urbano, un “preguntando  caminamos” a gran escala y en un contexto urbano.

El hecho de que la experiencia de Cecosesola se esté desarrollando en Venezuela es interesante debido al contraste  con el proceso de transformación radical promovido desde el Estado. Es particularmente interesante el contraste entre la construcción de una cooperativa a fuego lento y la promoción de cooperativas desde el Estado por la vía del decreto, las cuales a menudo, como reseña este libro, terminan en estructuras vacías de contenido al ser creadas con la única intención de recibir subsidios gubernamentales. No se trata de un rechazo a-priori o dogmático del Estado, no se trata de que el Estado tenga malas intenciones: Se trata más bien de que el Estado, como una forma organizativa particular, tiene sus propias maneras de hacer las cosas, sus propios tiempos y la minuciosa transformación de las relaciones sociales necesarias para crear un mundo diferente no se logra por esta vía, simplemente no funciona. La conversación  y la discusión permanente en grupo, la transformación con paciencia desde abajo- estas son maneras de actuar anti-estado: no  en el sentido que confrontan directamente al Estado pero sí en el sentido de que quedan fuera de lo que el Estado es capaz de hacer e inclusive comprender.

Para mí, visitar a Cecosesola en Barquisimeto fue un gran aprendizaje. Me mostró cosas que jamás había visto, abrió mi pensamiento en nuevas direcciones, llevó nuevas preguntas a mis labios. También para ti, que has llegado a este epílogo (ya sea porque leíste ya todo el libro o solo lo abriste por detrás), la visita a la experiencia ofrecida por este libro debiera ocasionarte algo similar.

 Puebla, México, Enero del 2012

Vio Me. Hay otra forma de hacer las cosas

Vio Me es una fábrica, en Salónica (Grecia), recuperada por sus trabajadores y autogestionada por ellos. Cooperación, ayuda mutua, solidaridad… no son solo palabras bonitas, son ideas y prácticas que reemplazan a otras ideas y a otras prácticas como eficiencia, productividad, beneficio…

Como dicen ellos: «es un proyecto de cambio de la sociedad, cambiando nosotros mismos».