Autor: rusredire
¿comunales urbanos?
¿Comunales vivos?
¿Comunales urbanos?
¿Artillería comunal?
¿Ecología cuartelaria?
¿Es posible recuperar los comunales sin comunidad?
¿En qué pueden convertirse los proyectos alternativos al capitalismo?
Dentro de unos pocos días el Ministerio de Defensa subastará casi 5 hectáreas de terreno con varios edificios en el centro de Burgos. La asamblea «comunales vivos» reivindica este espacio como un bien comunal. Sabemos, o creemos saber, lo que fueron los comunales en otros tiempos, pero ¿sabemos lo que queremos hoy cuando hablamos de comunales? ¿es posible hoy recuperar el espíritu de lo comunal sin partir de la comunidad? Corremos grandes riesgos.
¿Comunales urbanos? Los cantos de sirena de los nuevos falansterios del capitalismo “alternativo” y ecoindustrial.
En los últimos tiempos la crítica al capitalismo se está convirtiendo en una nueva oportunidad de negocio y, sobre todo, en la gran oportunidad del capitalismo para disfrazarse de alternativo con el fin de perpetuarse. La crítica al capitalismo se ha puesto ya al servicio del capitalismo. Hoy en día el capitalismo es comunal, se preocupa por los bienes comunes, y apuesta decididamente por la autogestión y el cooperativismo.
Cada vez aparecen más proyectos autogestionados impulsados por emprendedores, algunos de ellos supuestamente pertenecientes a la izquierda radical y, en algunos casos, muy próximos al mundo libertario, que promueven una nueva economía a la que bautizan con diversos apellidos como “solidaria”, “feminista”, “comunal” o “del procomún”. Ecología, autogestión, bienes comunes… son palabras que suenan y resuenan constantemente. Palabras con las que se pretende buscar salidas a la crisis del capitalismo, a la destrucción del planeta, al cambio climático, a la contaminación de los alimentos… Pero creemos que sólo se trata de eso, de palabras, porque en el fondo nada cambia: todo está orientado al desarrollo (que ahora llaman sostenible), al crecimiento imparable, a la creación de valor, y a convertirlo todo en mercancía (ahora ya hasta las palabras y las ideas). Continúa teniendo vigencia lo que dijo Lampedusa en su famosa novela: “todo debe cambiar para que nada cambie”.
ecología cuartelaria
Uno de estos proyectos en los que el sistema trata de captar los movimientos contestatarios en su propio beneficio se llama Darwin y está en Burdeos. Para los de Galde se trata de “proyectos ciudadanos abiertos que buscan su recuperación para el procomún”, pero nos tememos que sólo se trata de utilizar palabras con gancho en medios “alternativos” o “contestatarios”, e incluso entre algunos de los llamados “antisistema”. Palabras como “eco”, “bio” y sobre todo “común”, “comunal” o “procomún”, que sirven para vestir, más bien disfrazar, una mona que aunque se vista de seda… mona se queda.
Darwin… el ecoparaíso creativo de Burdeos… “un pasito más en la evolución humana”
Comunales urbanos… “proyectos ciudadanos abiertos que buscan su recuperación para el procomún”
Un grupo denominado «Opositores al encarcelamiento tecnológico» hizo público el pasado 7 de septiembre un documento sobre el proyecto Darwin, que traducimos a continuación:
“El ecobusiness de Darwin, su evolución y la nuestra”
Una mañana de diciembre de 2012, Burdeos se despertó con un nuevo grano en su margen derecha. Darwin, un “ecosistema ecolo”, una “colmena dedicada a actividades ecocreativas” con un “enfoque de desarrollo sostenible”, un “laboratorio de la ciudad del siglo XXI”, se había instalado en el centro de la metrópoli francesa más de moda, en un antiguo cuartel militar desafectado con un valor estimado de 2 millones de euros que el ayuntamiento vendió por dos tercios de su valor a Philippe Barre, rico heredero de los grandes supermercados Leclerc.
La sociedad autófaga
Próxima publicación de La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción, de Anselm Jappe (La Découverte, septiembre 2017)
traducción de la reseña en francés:
El mito griego de Erisicton nos habla de un rey que se devora a sí mismo porque nada puede saciar su hambre -castigo divino por un ultraje hecho a la naturaleza. Esta anticipación de una sociedad abocada a una dinámica autodestructiva constituye el punto de partida de La Société autophage. Anselm Jappe prosigue la investigación comenzada en sus anteriores libros, en los que muestra -releyendo las teorías de Karl Marx bajo el prisma de la “crítica del valor”- que la sociedad moderna se basa completamente en el trabajo abstracto y el dinero, la mercancía y el valor.
Pero, ¿cómo viven los individuos la sociedad mercantilizada? ¿Qué tipo de subjetividad produce el capitalismo? Para comprenderlo, es necesario reabrir el diálogo con la tradición psicoanalítica, de Freud a Erich Fromm o Christopher Lasch. Y renunciar a la idea, forjada por la Razón moderna, de que el “sujeto” es un individuo libre y autónomo. En realidad, este último es el fruto de la interiorización de las coerciones creadas por el capitalismo, y actualmente el receptáculo de una combinación letal entre narcisismo y fetichismo de la mercancía.
El sujeto fetichista-narcisista no tolera ninguna frustración y concibe el mundo como un recurso sin fin destinado a ser ilimitado y desmesurado. Esta pérdida de sentido y esta negación de los límites conducen a lo que Anselm Jappe llama la “pulsión de muerte del capitalismo”: un desencadenamiento de extrema violencia, de matanzas masivas y de asesinatos “gratuitos”, que precipita al mundo de los humanos hacia su fin.
En este contexto, los defensores de la emancipación social deben urgentemente ir más allá de la simple indignación contra los defectos del presente -que a menudo oculta una nostalgia por etapas anteriores del capitalismo- y reconocer que se trata de una auténtica “mutación antropológica” con todos los atavíos de una dinámica regresiva.
¿Vivimos el derrumbe del capitalismo?
Jason W. Moore: Vivimos el derrumbe del capitalismo
Entrevista realizada por Joseph Confavreux y Jade Lindgaard
Médiapart, 13 de octubre de 2015
Fuente: https://sniadecki.wordpress.com/2017/08/11/moore-capitalisme/
Traducción: rus redire
Ahora que nunca se ha hablado tanto de los impactos de los humanos sobre el clima y la biosfera, un historiador propone una tesis a contracorriente: la naturaleza no ha sido explotada sino producida por el capitalismo, que se ha servido de ella para crear riqueza. Para Jason W. Moore, es mucho más actual y más fecundo pensar en una “ecología-mundo”.
A medida que se propaga y se discute el concepto de antropoceno, su impugnación se diversifica y se intensifica. El historiador Jason W. Moore ha formulado sobre él una de las mayores críticas, oponiéndole la noción de “capitaloceno”. Es lo que explica aquí, en una de sus primeras entrevistas en francés. Su libro Capitalism in the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital [El capitalismo en la red de la vida: ecología y acumulación del capital], que trata de superar el dualismo entre naturaleza y sociedad e ir más allá del “ecosocialismo”, acaba de ser publicado en inglés, en la editorial Verso.
Mientras que se populariza el concepto de antropoceno para describir el impacto destructor de la especie humana sobre su medio de vida, usted le opone la noción de “capitaloceno”. ¿Por qué?
Jason W. Moore: El antropoceno se ha convertido en el mayor concepto medioambiental de nuestros tiempos. Se refiere al hecho de que el ser humano se ha convertido en una fuerza geofísica, y ha comenzado a transformar la biosfera hasta tal punto que amenaza la capacidad del planeta para acoger la vida. En este sentido, el concepto de antropoceno es muy interesante.
Para los geólogos, hablar de antropoceno plantea la cuestión del comienzo de esta era geológica: ¿hace algunos cientos de años? ¿Al finalizar la Segunda Guerra Mundial? ¿O después de 1850, con el aumento de la tasa de CO2 en la atmósfera inducida por la revolución industrial, tal como sostienen la mayor parte de los investigadores?
Pero esta manera de ver la historia humana plantea algunos problemas. En primer lugar, porque supone un desconocimiento de la historia, ya que la transformación de la biosfera por la actividad humana no ha sido producida por todos los humanos a partes iguales. Es, ante todo, responsabilidad de las poblaciones que detentan la riqueza y el poder. En segundo lugar, porque ignora el verdadero punto de inflexión en las relaciones entre los humanos y la naturaleza, que es mucho más precoz, y que se puede datar simbólicamente en 1492. Las emisiones de CO2 se intensificaron a partir del siglo XIX, pero nuestra manera de tratar a la naturaleza es muy anterior.
En el siglo XVI, la invención del capitalismo fue también la invención de una determinada manera de pensar y de tratar a la naturaleza, separándola por completo de la humanidad. En la Europa medieval, como en muchas otras civilizaciones, los humanos se percibían a sí mismos como diferentes del resto de la naturaleza pero a pesar de todo formando parte de ella. Con el desarrollo del capitalismo, esta distinción se transformó en dualismo, como si la naturaleza estuviera por un lado y la sociedad por otro. En los siglos XVI y XVII, la “sociedad” en realidad estaba reservada a una pequeña porción de la humanidad. Los esclavos africanos, los pueblos indígenas de América, pero también la gran mayoría de las mujeres, estaban considerados dentro de la categoría de “naturaleza”. La separación de los humanos y la naturaleza era por tanto una realidad totalmente simbólica.
Hoy, no más que ayer, no estamos separados de la naturaleza. Nuestra vida cotidiana se encuentra íntimamente ligada a ella, a una escala geográfica inédita. Los ordenadores que utilizamos, los alimentos que comemos, las ropas con que nos vestimos, el aire que respiramos dependen de lo que ocurra en la otra punta del planeta. El “capitaloceno” afirma que vivimos en la era del capital, y no en “la era del hombre”, y que “la era del capital” no designa solamente la aceptación de un estrecho sistema económico, sino una manera de organizar la naturaleza, que hace de la naturaleza al mismo tiempo una cosa externa a los humanos, y una cosa “cheap”, en el doble sentido que este término tiene en inglés: lo que es barato, pero también el verbo “cheapen” que significa rebajar, despreciar, degradar…
Su crítica del antropoceno es dura. Pero desde un punto de vista estratégico, ¿hace falta ir contra este concepto a punto de convertirse en una referencia compartida? La idea de que la humanidad ha llegado a ser tan poderosa que destruye el planeta golpea los espíritus y parece comenzar a suscitar una toma de conciencia. ¿No existe por tanto el riesgo de que un concepto, por muy preciso que sea histórica y políticamente, como el de capitaloceno, de la impresión de regresar a un antiguo cuadro interpretativo, basado en la tradición marxista?
Yo no lucho contra el concepto de antropoceno. Lo veo como un punto de partida. Pero plantea cuestiones a las que no puedo responder. Muestra cómo la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica. Pero no responde a la pregunta de saber cómo los humanos hacen la Historia en relación con la naturaleza, y cómo la humanidad se ha separado de la naturaleza. En el siglo XXI, no debemos únicamente comprender qué es lo que ocurre, sino también cómo y por qué la sexta extinción de las especies, el cambio climático, el aumento de la desigualdad y la crisis financiera se producen al mismo tiempo. Los climatólogos han demostrado que el clima va a cambiar de manera decisiva en los próximos decenios y que esto afectará rápidamente a nuestra vida. Pero si nos contentamos con este concepto de antropoceno, puede ser utilizado para fomentar la geoingeniería o para preconizar un neomaltusianismo para los países pobres. Si queremos comprender que las relaciones entre los pueblos, los problemas raciales, de género, o de dominación, forman parte de lo que yo llamo el “tela de la vida”, y están relacionados con la forma en que los hombres piensan y practican la naturaleza, hay que pensar más allá de este concepto de antropoceno, incluso aunque sea popular.
¿Puede explicar este concepto de “tela de la vida”?
Es muy simple. Este concepto se refiere a la naturaleza como un todo. Es una manera de hablar a la imaginación de la gente. Todos creemos saber lo que es la naturaleza. Si decimos “tela de la vida”, ya no estamos tan seguros de lo que esto quiere decir. De esta manera se puede replantear la pregunta decisiva de saber lo que quiere decir tener una “tela de la vida” y buscar cómo los humanos forman parte integrante de esta tela de la vida mientras que la humanidad se imagina a sí misma todavía como totalmente separada de “la naturaleza”.
En su libro Capitalism in the Web of Life, usted critica lo que nosotros llamamos el “pensamiento verde”, las ideas ecologistas, que acusan al capitalismo de destruir la naturaleza explotándola, mientras que según usted, el capitalismo habría coproducido la naturaleza. ¿Qué quiere decir con esto?
Según pienso yo, el capitalismo coproduce la naturaleza, y a la inversa. El capitalismo ha inventado una forma muy extraña de organización de la humanidad y de la naturaleza, que contrasta completamente con la organización de las civilizaciones agrarias que le precedieron. En lugar de basarse sobre la productividad de la tierra como base de la riqueza, es la productividad del trabajo la que se ha convertido en la principal fuente de riqueza. Esto ha tenido un impacto considerable sobre el medio ambiente, porque en un sistema basado en la productividad de la tierra, lo que se quiere es obtener el máximo de arroz o de trigo a partir de una hectárea de terreno. En un sistema basado en la productividad del trabajo, lo que se pretende es obtener la mayor cantidad posible de arroz o de trigo por hora de trabajo. Por tanto, lo que se busca es el incremento constante de la cantidad de materias primas que circulan entre las manos de los trabajadores, ya sea acero, energía o trigo. Se trata de aumentar constantemente este volumen. Lo que se ha producido, desde del siglo XVI, es una revolución sin precedentes en la forma en que la humanidad ha construido su entorno, a una escala y una velocidad desconocidas hasta entonces.
Es verdad que los egipcios construyeron las pirámides y los chinos la gran muralla, es decir, llevaron a cabo proyectos gigantescos. Pero nunca jamás se había producido una transformación tan rápida de los paisajes, con deforestaciones desde Brasil hasta Polonia, el drenaje de tierras húmedas, la excavación de minas, el comienzo de la gran extracción… Estos cambios enormes fueron ocultados por la revolución industrial, época en la que se suele considerar que comenzó a percibirse el impacto del capitalismo sobre nuestra relación con la naturaleza, mientras que éste es mucho más antiguo. Las potencias capitalistas y coloniales han buscado, desde el siglo XVI, más allá de sus fronteras todo tipo de recursos naturales, de trabajo y de energía baratos. La única diferencia está en el hecho de que en el siglo XVI las fronteras se encontraban todavía en la superficie del planeta, mientras que en el siglo XIX la frontera se desplazó bajo tierra con la explotación de las minas de carbón, que permitió construir las carreteras, los ferrocarriles y los barcos que, a su vez, hicieron retroceder las fronteras terrestres allí donde era posible ir a buscar los recursos naturales y el trabajo baratos. La única manera de continuar permanentemente acumulando riquezas y de reinvertirlas para acumular todavía más -lo que es la definición del capital- es encontrar indefinidamente nuevas fuentes de riqueza allí donde la naturaleza es barata, despreciada y degradada. En Inglaterra, se comenzó talando los bosques, después excavando minas de carbón, para a continuación ir a lo más lejano del Imperio a perforar pozos de petróleo.
Esto que dice evoca el libro de Timothy Mitchell titulado Carbon Democracy que muestra que los sistemas políticos y las fuentes de energía están correlacionados y que, a lo largo de la Historia, se han construido los sistemas políticos más adecuados para explotar tal o cual fuente de energía. Sin embargo, leyendo su obra, parece que no son solamente las fuentes de energía las que producen los sistemas sociales, sino el conjunto de las relaciones entre la naturaleza y los hombres.
Estoy completamente de acuerdo con quienes dicen que el petróleo a configurado la manera en que el mundo está organizado políticamente y geopolíticamente. Pero yo desconfío de la tendencia a hacer de tal o cual recurso una especie de divinidad que explicaría todas las organizaciones humanas. Lo que importa es comprender la relación y no el producto en sí mismo; comprender, por ejemplo, cómo el carbón, que durante miles de años no fue más que una simple roca en el suelo, ha podido llegar a convertirse en una fuente de energía fósil, a través de qué relaciones de producción y de poder.
Usted utiliza a menudo el concepto de “ecología-mundo”. ¿Para qué sirve?
El concepto de ecología-mundo procede del historiador Fernand Braudel, inventor del concepto de economía-mundo. Para él, la economía-mundo no era la economía del mundo, al igual que para mí la ecología-mundo no es la ecología del mundo. Para Braudel, la economía no está solamente situada en el espacio, sino que produce el espacio y es producida por el espacio. Algo parecido ocurre con la ecología. La ecología-mundo considera la ecología como el oikos, que permite pensar como un todo las especies y su entorno, como una relación multiforme en la que las especies producen el entorno, y el entorno produce las especies, simultáneamente. La ecología-mundo comparte con el “pensamiento verde” la idea de que los humanos son parte integrante de la naturaleza.
Sin embargo, los historiadores del medio ambiente hablan sobretodo de la influencia del clima sobre los humanos, retomando, a veces, la idea de una forma de dualismo. Por ejemplo, al explicar cómo las revoluciones americana y francesa, y en Haití, son también fruto de una crisis de los sistemas agrarios, o cómo la eclosión de la civilización medieval corresponde a un período cálido del clima europeo. Pero es más que esto. El concepto de ecología-mundo se debe ver más como una conversación que como una afirmación, que permite contar la Historia de otra forma, hablando de esta coproducción entre los sistemas humanos y las maneras de inscribirse en la naturaleza, en las que el capitalismo no es más que una forma histórica situada.
¿En qué puede aclararnos algún día nuestra comprensión de lo que ocurre hoy en día, su crítica de la Historia tal como es habitualmente contada?
Debemos comprender que la crisis de la modernidad es una crisis singular, pero que tiene numerosas formas de expresión. La inestabilidad financiera, los desarreglos climáticos, la sexta extinción de las especies, las desigualdades en el mundo, tienen un origen común: el capitalismo, que puede ser definido también como la ecología-mundo, es decir, una manera particular de organizar las relaciones entre los humanos y la naturaleza. Este amplio cuadro interpretativo permite a los movimientos sociales crear alianzas constructivas que superen la división entre justicia social y justicia medioambiental.
Los movimientos por la justicia climática hacen del clima un problema de poder y de capitalismo. Es la perspectiva de la ecología-mundo. Lo que está en juego es el derecho a la alimentación, a la autodeterminación cultural, y a la democracia igualitaria. Los tres al mismo tiempo. Es una nueva ontología política. El capitalismo avanza comprando a los que lo desafían. Pero quienes lo desafían en nombre de la soberanía alimentaria o del clima aportan una visión alternativa de un mundo que funcionaría sobre la base de principios muy diferentes.
Pero los movimientos sociales no se organizan en absoluto sobre esta base: el discurso sobre la justicia social se opone frecuentemente al discurso medioambiental.
Es tremendamente frustrante. Mucha gente cree todavía que la sociedad y la naturaleza son dos cosas diferentes. Por tanto tratan de proteger una de ellas en detrimento de la otra. En una época en la que la naturaleza humana y la naturaleza extra-humana están cada vez más entrelazadas, en tanto que historiador, la única cosa que yo puedo decir es que ver la unidad por encima de estas divisiones es quizá el acto más potente que estos movimientos sociales podrían llevar a cabo. En Estados Unidos, en la lucha contra el oleoducto Keystone XL, se ha logrado la unidad entre los críticos del capitalismo financiero, encarnado por Wall Street, y las comunidades que buscan la defensa de su calidad de vida. Es un vínculo importante. Falta todavía la implicación del sector productivo.
Algunos ven el momento presente como una era de desastres y catástrofes. Existe una política del miedo. Sin embargo yo pienso que estamos a punto de vivir el hundimiento del capitalismo. Es la postura más optimista que se puede adoptar. No hay que temer el hundimiento. Hay que aceptarlo. No se trata del hundimiento de los pueblos y de los edificios sino de las relaciones de poder que han transformado a los humanos y al resto de la naturaleza en objetos puestos a trabajar gratuitamente para el capitalismo.
¿Qué piensa usted de la campaña para el cese de la inversión en energías fósiles llevada a cabo principalmente por el red 350.org en el entorno de las universidades americanas?
Me parece bien esta campaña pues incrementa la conciencia del desarreglo climático y la comprensión del papel que juegan las industrias fósiles en este fenómeno. Esto es positivo. Pero hay un gran peligro: reforzar la idea de que un capitalismo verde es posible.
Hoy tenemos las capacidades tecnológicas para reducir significativamente el cambio climático. Pero el problema no son las tecnologías. Es el capitalismo. [Como si las tecnologías no sostuvieran el capitalismo!; NdE]
La mejor estrategia política para los movimientos estudiantiles es hacer presión para democratizar las universidades. Debemos mirar cómo están organizadas nuestras universidades. Hay que criticar la idea de que constituyen los motores del crecimiento económico, y defender, por el contrario, su papel de producción del saber necesario para la liberación de todas las formas de vida -no solamente la vida humana- de la opresión y de las desigualdades. Hay que encontrar el medio de reestructurar el saber.
Hay una cita atribuida a Einstein: “El sistema de pensamiento que ha creado un problema no puede encontrarle la solución”.
Estamos ahí. Tenemos necesidad de una nueva forma de pensar, que corresponda al siglo XXI, no al XIX, ni al XVI. Esta es la modesta contribución de la ecología-mundo: impulsar un saber que permita, promueva y facilite la emancipación.
El desastre de la escuela digital
El desastre de la escuela digital
Philippe Bihouix et Karine Mauvilly, Le Désastre de l’école numérique. Plaidoyer pour une école sans écrans
Mientras que algunos de los ejecutivos de Silicon Valley matriculan a sus hijos en escuelas sin ordenadores, Francia se ha lanzado, bajo el pretexto de «modernidad», hacia una informatización de la escuela a marchas forzadas -desde la escuela maternal hasta el instituto. Un ordenador o una tablet por cada niño: ¿es esto la panacea? Hablemos más bien de un desastre. La escuela digitalizada es una elección pedagógica irracional, pues no se enseña mejor -y a menudo mucho peor- por medio de pantallas. Se trata del derroche de recursos escasos y la generación salvaje de deshechos peligrosos en el otro extremo del planeta. Se incurre de forma sorprendente en riesgos para la salud teniendo en cuenta que los efectos en los cerebros de los jóvenes de los sistemas conectados todavía no se conocen bien. Se ignoran los riesgos psicosociales que corren los jóvenes atrapados por la tecnología digital.
Quizá habría que pensar en hacer de la escuela una zona de refugio, sin conexiones ni pantallas, que permita reinventar posibilidades y formas de vida en común sin la mediación de la tecnología.
¿Común cómo?
El número 2 de la revista Apantle ya está disponible en la red.
Estos son sus contenidos:
Tabla de contenido
La producción de la autoridad comunal indígena. Breve esbozo para Guatemala – Gladys Tzul Tzul
Categorías para pensar la justicia desde la comunidad: acuerdo, reparación y reeducación – Alicia Hopkins Moreno
Leer el siglo XX a contrapelo. Constelaciones de historias comunitarias de luchas
por territorio y autogobierno en Bolivia y Guatemala – Raquel Gutiérrez Aguilar, Huascar Salazar Lohman y Gladys Tzul Tzul
La asamblea y el campamento. Sobre la autoorganización de lo común – Amador Fernández Savater
Casas para la vida. Lo común urbano en el cooperativismo de vivienda por ayuda mutua en Uruguay – María Noel Sosa González
“Los artesanos del transporte”. Q’ipiris y minitransportistas en la feria callejera
de Villa Dolores. El caso del Sindicato de Minitransportes de Carga Manual, Estibadores y Serenos, El Alto, La Paz, Bolivia, 2008-2015 – Julio César Mita Machaca
La guerra en México: contrainsurgencia ampliada versus lo popular – Dawn Paley
Oposición e interdependencia capitalista entre el campo y la ciudad. Retos para resistir al dominio y para la utopía anticapitalista – Efraín León Hernández
Las paradojas de la condición colonial. Un acercamiento al trabajo de Silvia Rivera Cusicanqui. Comentarios al libro Hambre de huelga. Ch’ixinakax utxiwa y otros textos– Alejandra Aquino
Claves desde la Ecología Política para re-pensar la ciudad y las posibilidades de comunalización. Entrevista a Horacio Machado – Mina Lorena Navarro
artillería comunal
El Ministerio de Defensa pretende vender en subasta pública, con un precio de salida de 14 millones de euros, los terrenos en los que se situaba el Parque de Artillería de Santa Bárbara, en Gamonal (Vurgos).
Estos terrenos pertenecieron a tierras comunales de los vecinos de Gamonal y fueron adquiridos de forma irregular en 1948. Existen documentos que se remontan a 1948 en los que se reflejan que estas parcelas obtenidas por el Ramo de Guerra junto con otras del llamado Censo de los Catorce fueron declaradas como ventas nulas y canceladas.
A mediados del siglo XVII, el monasterio de San Juan de Ortega constituyó, sobre unas tierras que le pertenecían, un censo perpetuo (enfitéutico) con los catorce vecinos que entonces constituían el común de Gamonal, por lo que desde entonces era conocido como el «censo de los catorce». Como consecuencia de la desamortización de los bienes de monasterios de comienzos del siglo XIX, el dominio directo de aquellas tierras pasó a manos de particulares, mientras que el usufructo o dominio útil permaneció en manos de los herederos de aquellos catorce vecinos. A comienzos del siglo XX algunas de estas tierras fueron expropiadas por el ayuntamiento de Burgos que indemnizó a los usufructuarios del censo de los catorce con el usufruto de unas tierras que desde tiempo inmemorial habían sido comunales de los vecinos de Gamonal y que posteriormente fueron vendidas para la construcción del cuartel de artillería.
Ahora, en el año 2017, el Ministerio de Defensa pretende vender, para beneficio de grandes inmobiliarias, lo que nunca pudo haber comprado y que deberá regresar a sus legítimos propietarios: el común de los vecinos de Gamonal.
Maintenant (Ahora)
Comité Invisible, Maintenant, éditions La fabrique, 2017.
Comité invisible: de la destrucción a la descomposición (reseña en francés en Le Comptoir)
Copiamos a continuación la reseña publicada por Briega. Contrainformación de Cantabria:
El comité invisible vuelve a la carga con una nueva publicación, Maintenant (Ahora), que salió a la luz el pasado mes de abril. Queda esperar la traducción al castellano que seguramente no se hará mucho de rogar. Mientras tanto, os dejamos con las siguientes reflexiones que nos ha inspirado la lectura del texto.
En la línea de sus anteriores publicaciones, en este nuevo ensayo el Comité Invisible, con su particular estilo provocativo y alejado de cualquier tipo de academicismo, acomete una crítica de la sociedad occidental actual y reflexiona sobre las vías para situarse “al margen” de ella. Esta vez, la palabra insurrección pasa a un segundo plano, hasta el punto de que apenas aparece mencionada en el texto, y pasa a dar protagonismo a otras palabras como destitución o comunismo, a las cuales se les dedica capítulos enteros. En realidad, creemos que el Comité Invisible no ofrece ahora nuevas grandes ideas, sino que se limita a actualizar y ampliar algunas que ya había desarrollado en textos anteriores.
Concejo número 4
El bien más precioso del hombre en el orden temporal, su continuidad más allá de los límites de su existencia, en los dos sentidos, ha sido enteramente confiada al Estado. (Simone Weil, «El desarraigo»)
A campana tañida e repicada… recibimos de nuevo la llamada a concejo para pensar y para hablar sobre todo aquello que nos concierne. Y como nuestra relación con el territorio también es algo que nos concierne, en este nuevo número (y van 4) de Concejo, editado por Lecturas de Zamarraco, se abre una puerta hacia la reflexión sobre cómo construir una relación con el territorio que nos permita rearraigar nuestras vidas, enraizar de nuevo.
«Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana». Así se expresaba Simone Weil en un texto en el que reflexionaba sobre el desarraigo que se ha instalado como una de las principales enfermedades del mundo moderno. Para echar raíces necesitamos replantearnos nuestra relación con el territorio al margen de la idea y del concepto de nación que surgió con la modernidad. Nacionalismos e internacionalismos, ambos parten de la construcción de un concepto, la nación, que probablemente sea necesario deconstruir para poder empezar a imaginar una relación diferente con el territorio en el que vivimos y en el que convivimos con otros, de nuestra misma comunidad y de otras comunidades.
Este número de Concejo se inicia con un debate en el que surgen muchas cuestiones para poder pensar críticamente. Se presenta como un tímido comienzo que de paso a posteriores reflexiones y debates que nos ayuden a imaginar un nuevo modo de vida emancipada de todo aquello que nos somete y nos domina. El territorio y nuestra relación con él deben ser vistos desde nuevas perspectivas, ya que echar raíces de nuevo es probablemente lo único que puede garantizarnos la conexión entre el pasado y el futuro a través del presente. Esta conexión nos la puede proporcionar el territorio, con el que tendremos que establecer nuevas formas de relación autónomas, porque no podemos seguir confiando al Estado nuestro bien más precioso.
Neorrurales
Regresar al campo desde la ciudad puede tener diferentes significados. A lo largo del tiempo han sido muchas las gentes que han buscado en el campo distintas formas de retiro del mundanal ruido, buscando una vida más sencilla y más «natural». A partir de mediados del pasado siglo se produjeron movimientos de personas que abandonaban la ciudad para regresar al campo, la mayoría de las veces excesivamente idealizado, como una reacción contra la mercantilización de la tierra, de la fuerza de trabajo y de la vida en general, y contra la alienación y la disolución de los lazos sociales consecuencia del capitalismo.
Muchas de estas experiencias fracasaron y acabaron por disolverse y muchas otras fueron absorbidas paradójicamente por el mismo sistema del que pretendían escapar. El capitalismo en su fase más avanzada utilizó hábilmente muchas de estas experiencias alternativas para poner en valor económico, es decir, para generar más capital, el mundo rural como una nueva mercancía en forma de paisajes, espacios naturales, historia, arte, artesanía, producción bio-ecológica, etc… Gran parte de aquellos «neorurales» que pretendieron ser una alternativa a la mercantilización de todo y al consumismo desbocado, se convirtieron en los «gestores del paisaje», en los administradores de los «nuevos nichos de mercado» y en la mano de obra barata para los «nuevos yacimientos de empleo».
Es algo que ya hemos comentado más de una vez en este blog. El regreso al campo no tiene sentido si no se plantea desde una crítica radical al capitalismo, sin perder en ningún momento de vista que el objetivo no puede ser crear pequeñas islas dentro de este sistema, ya que esto no es posible, sino el de abrir grietas en él y luchar con todos los medios para hacer estas grietas cada vez mayores, creando redes de pequeñas comunidades en las que se vayan desarrollando nuevas formas de vida, con lógicas comunales no mercantiles ni basadas en el intercambio ni en la obtención de beneficios. Si el interés particular, la obtención de beneficios, la concepción del mundo como una inmensa fuente de recursos a explotar, el crecimiento constante y el progreso son las claves del capitalismo, las alternativas que se pueden poner en marcha desde una nueva concepción de lo rural deben partir de lo común. Lo comunal representa un concepto mucho más amplio que lo que puede entenderse como otra forma de propiedad. Lo común, son las obligaciones que tenemos como colectivo. Son estas obligaciones que cada individuo tiene para con el resto de los miembros de su comunidad las que conforman lo común. Por tanto lo comunal no es una forma diferente de propiedad, sino la abolición de ésta. Lo comunal es una forma de vida en la que no cabe el mercado, ni la explotación, ni la ganancia. Lo comunal es vivir en común, sabiendo que cada persona tiene obligaciones para con los demás, creando y compartiendo nuestros saberes, nuestros cuidados y nuestros esfuerzos en una comunidad de personas, animales y tierra.
Hemos leído un interesante artículo en el que se abordan algunas de las cuestiones aquí planteadas desde un punto de vista mucho más interesane del que esperábamos del tipo de publicación en el que aparece: