Comité Invisible, Maintenant, éditions La fabrique, 2017.
Comité invisible: de la destrucción a la descomposición (reseña en francés en Le Comptoir)
Copiamos a continuación la reseña publicada por Briega. Contrainformación de Cantabria:
El comité invisible vuelve a la carga con una nueva publicación, Maintenant (Ahora), que salió a la luz el pasado mes de abril. Queda esperar la traducción al castellano que seguramente no se hará mucho de rogar. Mientras tanto, os dejamos con las siguientes reflexiones que nos ha inspirado la lectura del texto.
En la línea de sus anteriores publicaciones, en este nuevo ensayo el Comité Invisible, con su particular estilo provocativo y alejado de cualquier tipo de academicismo, acomete una crítica de la sociedad occidental actual y reflexiona sobre las vías para situarse “al margen” de ella. Esta vez, la palabra insurrección pasa a un segundo plano, hasta el punto de que apenas aparece mencionada en el texto, y pasa a dar protagonismo a otras palabras como destitución o comunismo, a las cuales se les dedica capítulos enteros. En realidad, creemos que el Comité Invisible no ofrece ahora nuevas grandes ideas, sino que se limita a actualizar y ampliar algunas que ya había desarrollado en textos anteriores.
Parece evidente que desde la publicación de A nuestros Amigos, se ha moderado considerablemente el ritmo con el cual se estaban sucediendo las insurrecciones desde 2008. El “ciclo insurreccional” que comenzó en Grecia, África y Oriente Medio, que pasó por la península ibérica, y atravesó el gran charco para llegar a Estados Unidos y Canadá está dando signos de agotamiento. Sin embargo, para alegría del Comité Invisible (¡qué no solo de ellos!), aún quedan vivas algunas brasas insurreccionales, las cuales se han convertido en llama en Francia, el país, precisamente, desde el cual escriben sus miembros. Que eso este ocurriendo ahora quizás no sea tanta casualidad. En el mismo momento en que en África se derrocaban gobiernos, en Grecia llovían cocteles molotovs y en España se ocupaban las plazas, en el país galo triunfaba el Partido Socialista de Monsieur François Hollande, con sus promesas de gravar el 75% de los ingresos de los “ricos” y otras fantasías por el estilo. Sin embargo, la (nueva) luna de miel de la socialdemocracia del siglo XXI con la sociedad francesa duró poco, ya que rápidamente llegaron las reformas laborales, las leyes securitarias y las políticas antisociales propias de cualquier gobierno de las democracias europeas actuales. Con todo, las calles se mantuvieron bastante tranquilas y exceptuando algún momento de tensión puntual (sobre todo relacionados con el conflicto de las Zonas A Defender), Hollande parecía que iba a librarse de grandes conflictos como el que tuvo que afrontar su predecesor Sarkozy (acordémonos, por ejemplo de la revuelta de las banlieues de 2005). Pero hemos visto como la fiesta se le ha aguado en los últimos años de reinado, de la mano de movimientos como el de oposición a la Loi Travail en 2016 y el de protesta contra el racismo y las violencias policiales a principios de 2017.
Teniendo en cuenta lo anterior, seguramente no sorprenda que buena parte de Maintenantgire en torno a los acontecimientos recientes de Francia, y que sus autoras se dediquen a analizarlos y a contextualizar su pensamiento de acuerdo con éstos. No describen, sin embargo, el movimiento de la primavera de 2016 como insurrección. Si acaso hablan de él como “conflicto político, como fue Mayo del 68”, o califican de acontecimiento a algunas de sus manifestaciones puntuales como fue el fenómeno del Cortège de Tête. En cualquier caso, si nos fijamos en escritos anteriores del grupo francés, veremos que el sentido que le dan a la palabra insurrección va en la línea del sentido que le dan a palabras como acontecimiento o conflicto político. ¿Qué es una insurrección? nos plantea Pedro José Mariblanca. Es, ante todo, “una huelga humana que busca desentrañar y enseñar dónde y cómo se manifiestan la represión, la coerción y la falta de libertad promovidas por el Imperio. La insurrección es la alianza de gente diferente que, conociéndose entre sí y no, actúa para desfuncionalizar toda lógica del capitalismo tardío, el capitalismo en crisis”. Y “la insurrección es una ruptura más que un movimiento social; es la producción de existencia más que la reproducción de lo que ya conocemos” (Tiqqun y la cuestión del Bloom, editorial logaritmo amarillo). Podemos encontrar conexiones con lo que dice el Comité Invisible en Maintenant: “Lo que ocurre aquí [en la cabeza de la manifestación], como de forma natural, es que un cierto número de desertores han creado un espacio político en el que componer su heterogeneidad, un espacio ciertamente efímero, insuficientemente organizado, pero al que sumarse y, durante una primavera, realmente existente”. Por lo tanto, podemos considerar que hay una continuidad entre este libro y los anteriores, aunque el foco se haya trasladado sobre todo a los acontecimientos locales, que quizás, para quien no esté muy familiarizado con la realidad francesa, suenen un poco lejanos.
Hablemos del título del libro. Un poético texto en la contraportada reza tal que así: “No seguir aguardando. No seguir esperando […]. Creer en lo que sentimos. Actuar en consecuencia. Forzar la puerta del presente. Intentarlo. Errar. Intentarlo de nuevo. Errar mejor […]. Andar su propio camino. Vivir, por tanto. Ahora.” Si nos adentramos en el libro, ya desde el primer capítulo se explicita el sentido de la palabra “Ahora”. Nos dice Tiqqun que en nuestros tiempos, no sirve de nada comentar, criticar, denunciar, puesto que vivimos rodeados de una niebla de comentarios sobre los comentarios, de críticas de las críticas de las críticas, de revelaciones que no provocan nada. Y es que ya nadie cree en el lenguaje, todo el mundo sabe que el lenguaje social es mentira, provenga de los gobernantes, de los publicistas o de las personalidades públicas que se dedican a la “comunicación”. Así es como “El Estado de urgencia es el Estado de derecho. Se hace la guerra en nombre de la paz. Los patrones “ofrecen empleos”. Las cámaras de videovigilancia son “dispositivos de vídeoprotección”. La referencia a 1984 es clara. Hecha esta crítica, podemos preguntarnos entonces ¿por qué sigue escribiendo el grupo francés? Porque hay otro uso del lenguaje, se justifica. Escribimos a nuestros amigos, nos decía en su anterior publicación. “Podemos hablar de la vida, o hablar desde la vida. Podemos hablar de conflictos, o hablar desde el conflicto. No es el mismo lenguaje”. Se trata de expresar otra idea de la verdad. Y es que la verdadera mentira no es la decimos a los demás sino la que nos hacemos a nosotras mismas. “La mentira es rechazar algunas de las cosas que vemos y rechazar verlas como las vemos. La verdadera mentira son todas las pantallas, todas las imágenes, todas las explicaciones, que interponemos entre nosotros y el mundo”. “Todos los motivos para hacer la revolución están aquí. Pero los motivos no hacen las revoluciones, la hacen los cuerpos. Y los cuerpos están delante de las pantallas”. “La humanidad asiste, hechizada, a su naufragio como un espectáculo”. Solo llevamos 10 páginas de lectura y ya están plagadas de referencias al situacionismo. ¡Qué esperabais, lo contrario hubiese sido decepcionante!
La verdad no se proclama, no se detenta ni es algo que se profesa cual sacerdote, sino que es una forma de ser en el mundo. Se da en situaciones y de momento en momento. El disturbio, por ejemplo, es un momento de verdad, que crea lazos, vivos e irreversibles. No salimos nunca indemnes de nuestro primer disturbio. En él, hay producción y afirmación de amistades. El disturbio es por tanto deseable como momento de verdad. “Querrán hacernos pasar por desesperados, por el hecho de que actuamos, construimos, atacamos, sin esperanza. La esperanza, he aquí por lo menos una enfermedad de la cual está civilización no nos ha contagiado. No por ello estamos desesperados. Pero nadie ha actuado nunca por la esperanza. La esperanza está ligada a la espera, a rechazar lo que está ahí, […] a temer vivir”. “La esperanza, ese lento pero constante impulso hacia el mañana que nos es comunicado día tras día, es el mejor agente del mantenimiento del orden. Nos informan cotidianamente de problemas ante los que no podemos hacer nada, pero a los cuales seguramente mañana haya soluciones” “Es la huída del ahora”. Frente a esto, el Comité Invisible proclama que hay que desertar, salirse de la fila, organizarse… Ahora.
Otro concepto importante del libro es el de fragmentación. Frente a todas aquellas que proclaman que el mundo va mal, el Comité Invisible matiza que en realidad el mundo se fragmenta. Vivimos en un tiempo paradójicamente anárquico, como una época en la que todos los principios de la unificación de los fenómenos se han derrumbado. Para ilustrar esta idea, se dan toda una serie de ejemplos. La unidad de la República [francesa], de la ciencia, la de la personalidad, del territorio nacional o de la cultura no son más que ficciones. Aunque unas ficciones que hasta ahora habían cumplido su función ilusoria, de control. No por ello se deja de hablar de ellas. De la unidad solo queda la nostalgia, pero en todos lados los candidatos se presentan para restaurar la grandeza nacional, desde Trump y su “Make America great again” a Le Pen y su “volvamos a poner a Francia en orden”. Una fragmentación que llega a afectar incluso a aquello que aseguraba, hasta ahora, la unidad social: la ley. “El Derecho ya no existe […]. Bajo el pretexto del antiterrorismo y de la lucha contra el crimen organizado, están surgiendo dos derechos distintos. El derecho de los ciudadanos y el derecho penal del enemigo”. “Vivimos en la era de la abolición de la Ley”. Un tiempo en que se ha normalizado el estado de excepción. Pero, mientras que los izquierdistas se empeñan en luchar contra un fantasma, el estado de urgencia, el estado de excepción ficticio de la democracia, otras han optado por actuar desde su propio estado de excepción. En esa línea, “el conflicto de la primavera de 2016 prefirió, precisamente, oponer en la calle su estado de excepción real, su propia presencia en el mundo, la forma singular de su libertad”. Y es que el proceso de fragmentación puede llevarnos a la miseria, al aislamiento, a la esquizofrenia, pero también puede también llevar a la intensificación y la pluralización de los “lazos que nos hacen ser”. La ZAD de Notre-Dame-des-Landes, es, en ese sentido, a la vez un buen ejemplo de fragmentación del territorio, ante el cual el Estado es incapaz de volver a imponer la unidad, y un ejemplo de intensificación de lazos, de percepciones, de amistades. Queda una última cosa por apuntar con respecto a la fragmentación, y es de ella surgen dos amenazas, la del programa de restauración fascista de la unidad, y la del papel que juega el llamado reino de GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon). Dos amenazas que son inseparables la una de la otra. Un mundo completamente fragmentado puede ser gestionado cibernéticamente de forma unificada. La fragmentación por sí sola no nos hace inmunes a una tentativa de reunificación del mundo, sino que es la situación ideal para que ésta se dé. El papel del poder cibernético es mantener los seres, los lugares, los fragmentos del mundo sin contacto entre ellos, aislarles. “La separación buscada por la cibernética empuja de manera no fortuita en el sentido de la constitución de cada fragmento en una pequeña entidad paranoica”. Contra ello, solo queda organizarse. Y organizarse, nos dice el grupo francés, “no ha sido nunca otra cosa que amarse”. ¿Y ya está?
Otro de los capítulos del libro que nos apetece resaltar, es el dedicado a la cuestión de la destitución, que también había sido tratada en libros anteriores, pero que aquí se desarrolla más ampliamente. Si las instituciones parecen tan inamovibles, dice Tiqqun, es porque reina, en Francia, una confianza casi ciega hacia ellas. Lo característico de las instituciones, aparte del efecto reconfortante que tienen en nosotros, es que detrás de ellas se trama siempre otra intencionalidad de la que pretenden tener: la de perdurar en el tiempo. “Reducir la delincuencia, defender la sociedad, no son más que el pretexto de las institución penitenciarias […]. Su fin es otro: continuar existiendo y crecer si es posible”. “El fracaso aparente de las instituciones es, casi siempre, su función real. Si la escuela produce en los niños asco al aprendizaje no es fortuito: si a los niños les gustase aprender ésta sería casi inútil. Lo mismo pasa con los sindicatos, cuyo objetivo no es la emancipación de los trabajadores, sino la perpetuación de su condición”.
La propia revolución no ha sabido producir históricamente más que nuevas instituciones, de ahí su fracaso. Incluso hay insurrecciones que son constituyentes, que acaban volviéndose en su contra. Son aquellas que son hechas “en nombre de…” ¿de quién? Del pueblo, de la clase obrera o de la religión. Aunque también las ha habido destituyentes, como fue mayo del 68. Frente a la lógica de la institución se sitúa la destitución. “Allí dónde la lógica constituyente viene a aplastarse contra el aparato del poder del que pretende apoderase, una potencia destituyente se preocupa más bien por escapar […]. Su gesto propio es la salida, mientras que el gesto constituyente es tomar por asalto. En una lógica destituyente, la lucha contra el Estado y el capital es ante todo una salida de la normalidad capitalista que se vive”. Esto no significa renunciar a la lucha, sino atarse a su positividad. La destitución no es primero atacar la institución, sino librarse de la necesidad que tenemos de ella, librarse de la universidad, de la justicia de le medicina, del gobierno. No se trata de oponerse a la institución, de luchar cara a cara contra ella, sino de neutralizarla, de vaciarla de su sustancia, de dar un paso hacia un lado y ver como expira. La destitución permite repensar aquello que entendemos por revolución. “El programa revolucionario tradicional era el de retomar el mundo, de expropiar a los expropiadores, de apropiarse violentamente de lo que es nuestro pero de lo que nos vemos privados. […]. ¿Pero quién quiere reapropiarse de las centrales nucleares, de los almacenes de Amazon, de las autopistas, de las agencias de publicidad, de los trenes de alta velocidad, […], de las nanotecnologías, de los supermercados y sus mercancías envenenadas? ¿Quién prevé una reapropiación popular de las explotaciones agrícolas industriales en las que un solo individuo explota 400 hectáreas de tierras erosionadas […]? Lo que complica la tarea a los revolucionarios, es que aquí también el viejo gesto constituyente deja de funcionar”. El gesto revolucionario no consiste por tanto en la reapropiación violenta de este mundo, sino de desdoblarlo. Se trata por un lado de hacer otros mundos, formas de vida al margen de lo que reina, y por otro lado atacar, destruir el mundo del capital. Un doble movimiento destituyente. No se trata de luchar por el comunismo, sino que lo importante está en el comunismo que se vive en la lucha por sí misma.
Es curioso cómo en el conflicto de la Loi Travail, se habló de todo, pero apenas de trabajo en sí mismo. Con ese comentario introduce en Maintenant el comité invisible su crítica al trabajo y el mundo económico, que ya había desarrollado en La insurrección que viene. Para éste, parece evidente que nos encaminamos hacia la desaparición del trabajo dentro del propio sistema, producida por la automatización y la cibernetización, tal como prevén organismos como el Banco Mundial. Mientras tanto, de la extrema izquierda a la extrema derecha, todas hablan de “restablecer el pleno empleo” y siguen defendiendo el viejo mito del trabajo asalariado como progreso, en un tiempo en el que cada vez más gente se ve apartada de él. Sin embargo, no hay que ver esta evolución como una liberación. “Para el capital, la disgregación de la sociedad asalariada es a la vez una oportunidad de reorganización y un riesgo político. El riesgo es que los humanos hagan un uso imprevisto de su tiempo y su vida, que se tomen en serio la cuestión de su sentido”. De ahí la invención del “ocio”, que ha hecho que tengamos que trabajar más en tanto que consumidores a medida que trabajamos menos en tanto que productores. En ese sentido, el ocio tecnológico se aparenta cada vez más al trabajo: cada clic en internet produce datos que son vendidos por GAFA. Se trata también de tener controladas nuestras actividades, nuestras comunicaciones, nuestros gestos mediante cámaras y sensores en todos lados, porque la disciplina salarial ya no es suficiente para controlar a la población. Por otro lado, la extinción del trabajo no conlleva acabar con la necesidad de ganar dinero para vivir, de ahí que las rentas básicas universales que tanto recomiendan los economistas liberales se planteen como la forma de no dejarnos morir, pero que sean insuficientes para poder vivir.
Vivimos en tiempos de “economía colaborativa” de la mano de marcas como Blablacar, Airbnb, y nuevos conceptos como “co-working”, etc. Se trata, para el Comité Invisible, de un doble movimiento encaminado, por un lado, a la autoexplotación, en el que un conductor de Uber es “libre” de conducir cincuenta horas semanales para poder ganar el equivalente al salario mínimo, y por otro lado, de extender infinitamente el valor. “Antes de Airbnb, una habitación vacía de una casa era el cuarto de invitados o un espacio libre para un nuevo uso; ahora es una oportunidad perdida de ganar dinero”. Tenemos que estar constantemente haciendo cuentas, ahora todo entra en la esfera de la rentabilidad, todo es valorable, incluso nuestros deshechos, y nosotras mismas somos deshechos. “El capitalismo no consiste en vender aquello que es producido sino a volver contabilizable aquello que todavía no lo es, a volver evaluable aquello que el día anterior no parecía apreciable, a crear nuevos mercados: ahí está la reserva oceánica de la acumulación. El capitalismo es la extensión universal de la medida”. No hay posibilidad de “economía alternativa”. Tiqqun constata que hay mucha gente, hoy en día, que trata de escapar del reino de la economía, montando cooperativas, cobrando el paro en cuanto pueden, tratando de “trabajar diferentemente”. Pero el capitalismo acaba absorbiéndolo todo, hasta el punto de que el sector de la “economía social” representa el 10% del PIB francés, un sector que se mueve gracias a la energía de aquellos que pretenden huir del sistema. Los 150 años de experiencias cooperativas demuestran que éstas no han constituido nunca una amenaza para el capitalismo. Tarde o temprano acaban convirtiéndose en una empresa como las demás- “No existe otra economía, sino otra relación con la economía. Una relación de distanciamiento y hostilidad”. Hay que salirse de la economía, destituirla, para vivir, para estar presente en el mundo.
Llegados a este punto, constataréis qué el Comité Invisible domina bien el arte de la crítica, ¿verdad? Pero entonces, ¿cuál es su propuesta? Las pistas están a lo largo de todo el texto: ¿Destituir, amarse, desertar este mundo, vivir el comunismo, crear lazos, el disturbio, la insurrección, la comuna? Sus miembros afirman que “no tenemos programa, soluciones para vender. Destituir, en latín, quiere decir también decepcionar. De nuestra experiencia singular, de nuestros encuentros, de nuestros logros, de nuestros fracasos, sacamos una percepción partisana del mundo, que la conversación entre amigos afina”. Tras lo cual concluyen que “la cuestión del comunismo sigue siendo la clave de nuestra época”. Y es que cada vez que entramos en contacto con esta sociedad criminal mediante el uso de cualquiera de sus artefactos, el consumo de sus mercancías o el trabajo que realizamos para ella, nos convertimos en su cómplice, participamos en el vicio que la define: el de la explotación, el saqueo y acabar con las condiciones de la propia existencia terrestre. Ya no hay lugar para la inocencia, sino que hay que convertirse en criminal, participando de la sociedad o desertando de ella para abatirla. Para el comité invisible, el problema es que la cuestión del comunismo se plantea mal, porque se plantea como cuestión social. Pero el comunismo sigue presente, no como ideología, sino como una experiencia vivida, fundamental, inmemorable: la de la comunidad. No una comunidad como entidad, sino como experiencia, la de la continuidad con los seres o con el mundo. En el amor, en la amistad, en el disturbio, experimentamos esta continuidad. “No está el yo y el mundo, yo y los otros, está el yo, con los míos, en este pequeño trozo del mundo que quiero, irreductiblemente”. “¿Qué es la amistad, sino la igualdad entre amigos?”. Sin la experiencia, aunque sea puntual, de la comunidad, nos morimos, nos marchitamos, nos volvemos cínicos, duros, desérticos. “La vida es esta ciudad-fantasma poblada de maniquís sonrientes, y que funciona. Nuestra necesidad de comunidad es tan apremiante que el capitalismo solo avanza por la promesa de “comunidad”. Pero no hay que confundir comunismo con el proclaman los marxistas desde que Lenin “tomó prestado” el término a los anarquistas. Una confusión que ha hecho que la palabra sea sinónimo de catástrofe. “Desde entonces, anarquistas y marxistas juegan al ping-pong en torno al binomio individuo-sociedad, sin preocuparse que esta falsa oposición haya sido modelada por el pensamiento económico. Rebelarse contra la sociedad en nombre del individuo o contra el individualismo en nombre del socialismo, es condenarse de antemano […]. Contrariamente a lo que nos quiere hacer creer la economía, lo que hay en la vida, no son individuos dotados de propiedades para usar o desechar. Lo que hay en la vida, son apegos (attachements) […]. Haciendo suya la ficción liberal del individuo, el “comunismo” moderno solo podía confundir propiedad y apego, y llevar la devastación allí dónde creía luchar contra la propiedad privada y construir el socialismo”. Destituir la economía supone situar esta falsa dicotomía entre sociedad e individuo.
Lo que hay que desertar no es la sociedad, ni la vida individual, sino ambas a la vez. Hay que aprender a moverse en otro plano. Se está produciendo a la vez una disgregación flagrante de la “sociedad” pero a la vez se está produciendo una maniobra de recomposición. Nos encaminamos a lo que ya se está poniendo en práctica en Gran Bretaña: el proyecto de una “Gran Sociedad” consistente en el desmantelamiento terminal de las últimas instituciones del estado del bienestar. Una reforma neoliberal cuya prioridad, curiosamente, es ofrecer más poder a las comunidades (localismo y descentralización) fomentar la implicación de los individuos en sus comunidades (voluntariado), transferir competencias del gobierno central a las autoridades locales, apoyar las cooperativas, el mutualismo, las asociaciones caritativas, las empresas sociales, publicar las cuentas públicas (transparencia). “La maniobra de la sociedad liberal, en un momento en que ya no puede ocultar su implosión, es tratar de salvar la naturaleza particular, y particularmente poco agradable, de las relaciones que la constituyen duplicándose al infinito en un pulular de miles de pequeñas sociedades: los colectivos. Colectivos de todo tipo: de ciudadanos, de habitantes, de trabajo, de barrio, de activistas, de asociaciones, de artistas, son el futuro de lo social. Nos adherimos como individuos, sobre una base igualitaria, alrededor de un interés, y somos libres de abandonarlo cuando queramos”. “Cuanto más se desagregue la sociedad, crecerá cada vez más la atracción de los colectivos. Se configurarán como una falsa salida […]. Los colectivos tienen la vocación de volver a agregar a aquellos que ha rechazado el mundo, o que lo han rechazado. Pueden incluso prometer una parodia del “comunismo” […]. La falsa antonimia que forman juntos el individuo y el colectivo no es, sin embargo, difícil de desenmascarar […]. El egoísmo, el narcicismo, la mitomanía, el orgullo, los celos, la posesividad, el cálculo, la fantasía de la plena-potencia, el interés, la mentira, se encuentran […] en los colectivos”. En esa línea, Heiner Müller apunta que “el capitalismo no ofrece jamás la soledad sino siempre la puesta en común. Mc Donald es la oferta absoluta de la colectividad. Nos sentamos en todo el mundo en el mismo local, comemos la misma mierda y todos estamos contentos. Porque en Mc Donald somos un colectivo. […] El capitalismo es la colectivización”.
La propuesta de comunismo del Comité Invisible (porque no deja de ser una propuesta, por más que lo nieguen) no se presenta como una finalidad hacia la que haya que transitar, sino que es la propia la transición la que es comunismo. El comunismo tiene que ser vivido ahora, “la insurrección no va a esperar que todo el mundo se convierta en insurreccionalista”, y de forma autónoma. No se pueden esperar en ella vanguardias, organizaciones o hegemonías políticas. La horizontalidad proclamada hoy en todos lados no es más que verticalidad y por ende, nadie puede organizar la autonomía de las demás. Mariblanca Corrales sintetiza la idea del comunismo en Tiqqun diciendo que “rechaza la organización de la revolución para el futuro, no concibe la revolución como proceso u objeto a conseguir tras una transición de luchas. La comunicación de Tiqqun no busca tomar y cambiar el poder […]. No descansa sobre un programa único, ya que se podría componer de múltiples líneas de fuga que confrontan el Imperio […]. Esta comunicación es la del devenir-juntos”. Una idea que está muy ligada a la cuestión de la comuna, que no es desarrollada en Maintenant, pero que sí es ampliamente tratada en libros anteriores. La comuna queda definida como “una ruptura en el orden actual de las cosas que domina en Occidente. La comuna es un territorio habitado por seres-en-común que normalmente se encuentran fuera de la metrópolis imperial. Sin embargo, hay todo tipo de comunas: “cualquier huelga salvaje es una comuna, cualquier casa colectivamente ocupada fundada en motivos claros es una comuna, los comités de acción del 68 eran comunas como lo eran las aldeas de esclavos negros en Estados Unidos o radio Alice, en Bolonia, en 1977” (La insurrección que viene, p. 68). Por ello, puede haber comunas tanto dentro como fuera de los espacios donde el Imperio es fuerte. Toda comuna cuenta entre sus aspiraciones con superar […] el Imperio”.
Hasta aquí el resumen de los contenidos del libro. En la segunda parte de este escrito, que publicaremos próximamente, haremos un comentario crítico de Maintenant, poniéndolo en perspectiva con otras críticas que se han realizado sobre libros anteriores del Comité Invisible.