¿Es posible recuperar los comunales sin comunidad?
¿En qué pueden convertirse los proyectos alternativos al capitalismo?
Dentro de unos pocos días el Ministerio de Defensa subastará casi 5 hectáreas de terreno con varios edificios en el centro de Burgos. La asamblea «comunales vivos» reivindica este espacio como un bien comunal. Sabemos, o creemos saber, lo que fueron los comunales en otros tiempos, pero ¿sabemos lo que queremos hoy cuando hablamos de comunales? ¿es posible hoy recuperar el espíritu de lo comunal sin partir de la comunidad? Corremos grandes riesgos.
¿Comunales urbanos? Los cantos de sirena de los nuevos falansterios del capitalismo “alternativo” y ecoindustrial.
En los últimos tiempos la crítica al capitalismo se está convirtiendo en una nueva oportunidad de negocio y, sobre todo, en la gran oportunidad del capitalismo para disfrazarse de alternativo con el fin de perpetuarse. La crítica al capitalismo se ha puesto ya al servicio del capitalismo. Hoy en día el capitalismo es comunal, se preocupa por los bienes comunes, y apuesta decididamente por la autogestión y el cooperativismo.
Cada vez aparecen más proyectos autogestionados impulsados por emprendedores, algunos de ellos supuestamente pertenecientes a la izquierda radical y, en algunos casos, muy próximos al mundo libertario, que promueven una nueva economía a la que bautizan con diversos apellidos como “solidaria”, “feminista”, “comunal” o “del procomún”. Ecología, autogestión, bienes comunes… son palabras que suenan y resuenan constantemente. Palabras con las que se pretende buscar salidas a la crisis del capitalismo, a la destrucción del planeta, al cambio climático, a la contaminación de los alimentos… Pero creemos que sólo se trata de eso, de palabras, porque en el fondo nada cambia: todo está orientado al desarrollo (que ahora llaman sostenible), al crecimiento imparable, a la creación de valor, y a convertirlo todo en mercancía (ahora ya hasta las palabras y las ideas). Continúa teniendo vigencia lo que dijo Lampedusa en su famosa novela: “todo debe cambiar para que nada cambie”.
ecología cuartelaria
Uno de estos proyectos en los que el sistema trata de captar los movimientos contestatarios en su propio beneficio se llama Darwin y está en Burdeos. Para los de Galde se trata de “proyectos ciudadanos abiertos que buscan su recuperación para el procomún”, pero nos tememos que sólo se trata de utilizar palabras con gancho en medios “alternativos” o “contestatarios”, e incluso entre algunos de los llamados “antisistema”. Palabras como “eco”, “bio” y sobre todo “común”, “comunal” o “procomún”, que sirven para vestir, más bien disfrazar, una mona que aunque se vista de seda… mona se queda.
Un grupo denominado «Opositores al encarcelamiento tecnológico» hizo público el pasado 7 de septiembre un documento sobre el proyecto Darwin, que traducimos a continuación:
Una mañana de diciembre de 2012, Burdeos se despertó con un nuevo grano en su margen derecha. Darwin, un “ecosistema ecolo”, una “colmena dedicada a actividades ecocreativas” con un “enfoque de desarrollo sostenible”, un “laboratorio de la ciudad del siglo XXI”, se había instalado en el centro de la metrópoli francesa más de moda, en un antiguo cuartel militar desafectado con un valor estimado de 2 millones de euros que el ayuntamiento vendió por dos tercios de su valor a Philippe Barre, rico heredero de los grandes supermercados Leclerc.
Una vez más, gracias a Kutxiko txoko txikitxutik, hemos tenido conocimiento de esta interesantísima publicación. Un libro colectivo en el que se abordan experiencias de lucha y de resistencia ávidas de analizar y compartir las posibles salidas a formas de vida autónomas y comunitarias guiadas por la idea de «convivencialidad» propuesta por Ivan Illich.
De la introducción:
El libro que tienen entre las manos surge del impulso de la Cátedra Jorge Alonso1 por generar confluencias, y convertirlas en encuentros productivos de pensamiento crítico latinoamericano, que reditúen en múltiples búsquedas por hacer de México un mundo donde quepan muchos mundos. El evento celebrado en junio de 20152 llegó a ser un verdadero encuentro entre personas ricas en experiencias de lucha, formadas en colectivos de diferentes sepas, todas ávidas a compartir y analizar las posibles salidas anti-capitalistas a las crisis que nos aquejan y de que somos parte.
(…) Es así que el encuentro lo hicimos personas situadas en tres grandes trincheras de experiencia política, o desde tres grupos de compañeras y compañeros, con sus respectivas miradas hacia la militancia y el quehacer netamente político. Esta experiencia en las luchas sociales de México ha encontrado pistas de continuidad y de transformación en colectivos de diversa naturaleza e historia. Desde un principio planteamos la necesidad de dialogar entre nosotros, esto es, de mirarnos en nuestra diferencia con vistas a vincularnos en lo común. Aspiramos a poder enfocarnos en lo compartido, al traer a la discusión en el Seminario nuestras reflexiones sobre el gran reto de concentrar sinergias para construir alternativas desde una miriada de espacios abiertos desde abajo, y desde lo local y lo regional. Lo que no es lo mismo que aspirar a la unidad en la lucha, sino más bien, el evento que nos reunió representó una búsqueda por afinar más y apreciar mejor las maneras de acercarnos como nodos de redes que a su vez se vinculan a otros colectivos. Nos permea una actitud abierta para comprendernos en nuestros lenguajes e imaginarios diversos de transformación social.
Tradicionalmente el movimiento obrero ha impulsado diversas experiencias de tipo cooperativista y autogestionario. La mayor parte de estas experiencias se basan en una visión del capitalismo que tiene como centro la propiedad de los medios de producción y la explotación de los trabajadores por medio de la plusvalía. Históricamente el movimiento autogestionario se ha conformado con gestionar de forma autónoma por parte de los trabajadores la producción de mercancías. El resultado evidente es que los trabajadores se constituyen en empresarios de sí mismos para llevar a cabo un proceso productivo destinado a producir mercancías y obtener ganancias, y por tanto a generar valor y capital. Dado que la producción de estas cooperativas autogestionarias va dirigida al mercado está sujeta a las mismas leyes del mercado que cualquier otra mercancía producida en cualquier otra empresa capitalista.
La producción destinada al intercambio en un mercado competitivo, aun realizándose de forma autónoma por los propios trabajadores de forma cooperativista y autogestionada, es una forma diferente, más igualitaria, de generar valor, de convertir el trabajo en dinero y por tanto continúa fomentando un tipo de relaciones sociales mediadas por el dinero.
CECOSESOLA es una red de cooperativas venezolana que cuenta con casi cincuenta años de existencia. Es una comunidad organizada para resolver sus problemas internos sin recursos externos. Una comunidad que autogestiona su propia vida y su lucha contra el sistema de mercado, para la que su propio proceso comunitario es el mayor bien común a gestionar. Las relaciones no son mediadas por el dinero, no existen jerarquías de ningún tipo, las decisiones se toman por consenso. Caminan paso a paso. Aún no se han liberado del dinero y del mercado completamente, pero su caminar se dirige hacia este objetivo.
La revolución es un caldo que sólo puede cocinarse a fuego lento. Este comentario, hecho por uno de los jóvenes miembros de la Cooperativa Cecosesola en ocasión de su visita a Puebla hace algunos años, se quedó grabado en mi mente.
Pareciera contradictorio. Estamos acostumbrados/as a pensar las revoluciones como eventos espectaculares. La Revolución Francesa, La Revolución Rusa: reúnen intensos cambios dramáticos. Inclusive cuando vislumbramos los acontecimientos recientes, lo que atrae nuestra atención e impulsa nuestro entusiasmo son: la plaza Tahrir, Sintagma, Puerta del Sol. Existe tanto sentido de urgencia, tanta profunda necesidad de destruir el capitalismo antes que nos destruya a nosotros/as mismos/as. Entonces, ¿Cómo es eso que la revolución sólo puede ser cocinada a fuego lento?
Sin embargo, no existe contradicción. Hay que pensar la revolución en dos tiempos diferentes. Por un lado, la aguda explosión de nuestro No absoluto: No aceptaremos las medidas de austeridad que imponen los gobiernos; No, no vamos a aceptar la dictadura – ni la dictadura de los dictadores, ni la dictadura del dinero disfrazado de democracia; No, nosotros no continuaremos aceptando la obscenidad del capitalismo. Esas explosiones de ira, tan bellas en los últimos meses, son necesarias para romper con la tiranía del actual sistema. ¿Pero qué hacemos después? Si después de un fin de semana dedicado a darle un golpe de estado al sistema, tenemos que volver el lunes en la mañana al trabajo o a hacer la cola para cobrar el seguro de desempleo, o a volver a vender chicles en los semáforos, entonces, habremos hecho muy poco para transformar la sociedad.
Nos encontramos ante el viejo dilema de las fuerzas de producción. El punto de vista tradicional-ortodoxo concebía la revolución como si las fuerzas de producción desbaratarían unas relaciones de producción ya fuera de moda que representaban un obstáculo al desarrollo de esas fuerzas productivas. El problema con este punto de vista yace en que muy a menudo se entendían las fuerzas de producción como el potencial tecnológico del proceso productivo, de manera que esta visión tendía a llevarnos a un determinismo que poco tiene que ofrecer a la lucha anti-capitalista.
Y el problema continúa. Podemos acabar con tantos gobiernos que queramos, podemos acabar con Merkel, y Sarkozy y Cameron, pero si no creamos una alternativa, una manera no capitalista de producir y reproducir nuestras vidas, no vamos a llegar muy lejos. Si concebimos las fuerzas productivas, no como tecnologías inherentes a las máquinas sino como nuestro propio poder creativo, entonces podemos decir que nuestra capacidad de cambiar el mundo depende radicalmente no sólo de explosiones de ira sino también del desarrollo de nuestras fuerzas productivas, eso es de nuestro poder creativo, de hacer las cosas de manera distinta. Este fue el problema que enfrentó el levantamiento enormemente importante y creativo de Argentina en los años 2001/2002. Este es el dilema que confrontan miles y miles de rebeldes hoy en día en Grecia. Para poder quebrar el poder del capital, para poder decirle al capital que se vaya al carajo, debemos construir nuestro propio poder, no un poder sobre el otro como el de ellos, sino un poder-hacer, nuestro propio poder creativo.
Este es el otro momento de la revolución, y es ésta la substancia central de la revolución que sólo puede ser cocinada a fuego lento. La transformación de nuestro modo de vida, de cómo producimos y creamos no se puede lograr por decreto: necesariamente implica un proceso cuidadoso, un movimiento implacable de abajo hacia arriba, presionando constantemente por hacer las cosas de maneras diferentes, preguntando mientras caminamos, siempre inventando la innovación y re-innovación de hacia dónde vamos. Está claro que las explosiones y las rupturas son importantes para darle fuerza a la revolución y para abrir espacios, pero detrás de las revueltas espectaculares deben haber, y existen, múltiples revueltas silenciosas, presionando diariamente hacia otra dirección, creando nuevas maneras de hacer las cosas, construyendo relaciones sociales diferentes. Esto no se logra a través de leyes u otras medidas tomadas desde arriba sino sólo, silenciosamente, desde abajo.
Es dentro de este contexto que vislumbro a Cecosesola como una experiencia enormemente importante e inspiradora. No se trata de un modelo. No se trata de una Manera Correcta que debe ser reproducida en otros espacios. No se trata de un modelo, se trata de una inspiración. Y lo que nos inspira no es simplemente el hecho del largo tiempo durante el cual viene desarrollándose la experiencia (¡ya va por 44 años!) sino su preocupada dedicación por hacer las cosas de maneras diferentes, por crear algo que emerge en y desde la base. Cuando hace algunos años visité por primera vez a Cecosesola me costó mucho comprender que los miembros de una organización, que cada fin de semana le suple alimentos a alrededor de 55.000 familias, tuviera que dedicar tanto tiempo conversando en grupos sobre los más diversos tópicos (claro está, contando con la presencia de niños y bebés) y resolviendo todo por la vía del consenso. Todavía hoy en día me cuesta mucho comprenderlo pero he visto que funciona. Discutiendo sobre todo lo que acontece, rotando las tareas, y funcionando con base en la confianza (por ejemplo, no existen cajas registradoras con el objetivo de controlar a las personas que manejan dinero)- todo esto forma parte de la construcción, aquí y ahora, de un mundo diferente. Para aquellos/as de nosotros/as que vivimos de cerca la experiencia Zapatista, esta experiencia se puede vislumbrar como un Zapatismo urbano, un “preguntando caminamos” a gran escala y en un contexto urbano.
El hecho de que la experiencia de Cecosesola se esté desarrollando en Venezuela es interesante debido al contraste con el proceso de transformación radical promovido desde el Estado. Es particularmente interesante el contraste entre la construcción de una cooperativa a fuego lento y la promoción de cooperativas desde el Estado por la vía del decreto, las cuales a menudo, como reseña este libro, terminan en estructuras vacías de contenido al ser creadas con la única intención de recibir subsidios gubernamentales. No se trata de un rechazo a-priori o dogmático del Estado, no se trata de que el Estado tenga malas intenciones: Se trata más bien de que el Estado, como una forma organizativa particular, tiene sus propias maneras de hacer las cosas, sus propios tiempos y la minuciosa transformación de las relaciones sociales necesarias para crear un mundo diferente no se logra por esta vía, simplemente no funciona. La conversación y la discusión permanente en grupo, la transformación con paciencia desde abajo- estas son maneras de actuar anti-estado: no en el sentido que confrontan directamente al Estado pero sí en el sentido de que quedan fuera de lo que el Estado es capaz de hacer e inclusive comprender.
Para mí, visitar a Cecosesola en Barquisimeto fue un gran aprendizaje. Me mostró cosas que jamás había visto, abrió mi pensamiento en nuevas direcciones, llevó nuevas preguntas a mis labios. También para ti, que has llegado a este epílogo (ya sea porque leíste ya todo el libro o solo lo abriste por detrás), la visita a la experiencia ofrecida por este libro debiera ocasionarte algo similar.