La sociedad autófaga

La société autophague

 

Próxima publicación de La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción, de Anselm Jappe (La Découverte, septiembre 2017)

traducción de la reseña en francés:

El mito griego de Erisicton nos habla de un rey que se devora a sí mismo porque nada puede saciar su hambre -castigo divino por un ultraje hecho a la naturaleza. Esta anticipación de una sociedad abocada a una dinámica autodestructiva constituye el punto de partida de La Société autophage. Anselm Jappe prosigue la investigación comenzada en sus anteriores libros, en los que muestra -releyendo las teorías de Karl Marx bajo el prisma de la “crítica del valor”- que la sociedad moderna se basa completamente en el trabajo abstracto y el dinero, la mercancía y el valor.

Pero, ¿cómo viven los individuos la sociedad mercantilizada? ¿Qué tipo de subjetividad produce el capitalismo? Para comprenderlo, es necesario reabrir el diálogo con la tradición psicoanalítica, de Freud a Erich Fromm o Christopher Lasch. Y renunciar a la idea, forjada por la Razón moderna, de que el “sujeto” es un individuo libre y autónomo. En realidad, este último es el fruto de la interiorización de las coerciones creadas por el capitalismo, y actualmente el receptáculo de una combinación letal entre narcisismo y fetichismo de la mercancía.

El sujeto fetichista-narcisista no tolera ninguna frustración y concibe el mundo como un recurso sin fin destinado a ser ilimitado y desmesurado. Esta pérdida de sentido y esta negación de los límites conducen a lo que Anselm Jappe llama la “pulsión de muerte del capitalismo”: un desencadenamiento de extrema violencia, de matanzas masivas y de asesinatos “gratuitos”, que precipita al mundo de los humanos hacia su fin.

En este contexto, los defensores de la emancipación social deben urgentemente ir más allá de la simple indignación contra los defectos del presente -que a menudo oculta una nostalgia por etapas anteriores del capitalismo- y reconocer que se trata de una auténtica “mutación antropológica” con todos los atavíos de una dinámica regresiva.

OPS

 

¿Vivimos el derrumbe del capitalismo?

CapitalismJason W. Moore: Vivimos el derrumbe del capitalismo

Entrevista realizada por Joseph Confavreux y Jade Lindgaard

Médiapart, 13 de octubre de 2015

Fuente: https://sniadecki.wordpress.com/2017/08/11/moore-capitalisme/

Traducción: rus redire

Ahora que nunca se ha hablado tanto de los impactos de los humanos sobre el clima y la biosfera, un historiador propone una tesis a contracorriente: la naturaleza no ha sido explotada sino producida por el capitalismo, que se ha servido de ella para crear riqueza. Para Jason W. Moore, es mucho más actual y más fecundo pensar en una “ecología-mundo”.

A medida que se propaga y se discute el concepto de antropoceno, su impugnación se diversifica y se intensifica. El historiador Jason W. Moore ha formulado sobre él una de las mayores críticas, oponiéndole la noción de “capitaloceno”. Es lo que explica aquí, en una de sus primeras entrevistas en francés. Su libro Capitalism in the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital [El capitalismo en la red de la vida: ecología y acumulación del capital], que trata de superar el dualismo entre naturaleza y sociedad e ir más allá del “ecosocialismo”, acaba de ser publicado en inglés, en la editorial Verso.

Mientras que se populariza el concepto de antropoceno para describir el impacto destructor de la especie humana sobre su medio de vida, usted le opone la noción de “capitaloceno”. ¿Por qué?

Jason W. Moore: El antropoceno se ha convertido en el mayor concepto medioambiental de nuestros tiempos. Se refiere al hecho de que el ser humano se ha convertido en una fuerza geofísica, y ha comenzado a transformar la biosfera hasta tal punto que amenaza la capacidad del planeta para acoger la vida. En este sentido, el concepto de antropoceno es muy interesante.

Para los geólogos, hablar de antropoceno plantea la cuestión del comienzo de esta era geológica: ¿hace algunos cientos de años? ¿Al finalizar la Segunda Guerra Mundial? ¿O después de 1850, con el aumento de la tasa de CO2 en la atmósfera inducida por la revolución industrial, tal como sostienen la mayor parte de los investigadores?

Pero esta manera de ver la historia humana plantea algunos problemas. En primer lugar, porque supone un desconocimiento de la historia, ya que la transformación de la biosfera por la actividad humana no ha sido producida por todos los humanos a partes iguales. Es, ante todo, responsabilidad de las poblaciones que detentan la riqueza y el poder. En segundo lugar, porque ignora el verdadero punto de inflexión en las relaciones entre los humanos y la naturaleza, que es mucho más precoz, y que se puede datar simbólicamente en 1492. Las emisiones de CO2 se intensificaron a partir del siglo XIX, pero nuestra manera de tratar a la naturaleza es muy anterior.

En el siglo XVI, la invención del capitalismo fue también la invención de una determinada manera de pensar y de tratar a la naturaleza, separándola por completo de la humanidad. En la Europa medieval, como en muchas otras civilizaciones, los humanos se percibían a sí mismos como diferentes del resto de la naturaleza pero a pesar de todo formando parte de ella. Con el desarrollo del capitalismo, esta distinción se transformó en dualismo, como si la naturaleza estuviera por un lado y la sociedad por otro. En los siglos XVI y XVII, la “sociedad” en realidad estaba reservada a una pequeña porción de la humanidad. Los esclavos africanos, los pueblos indígenas de América, pero también la gran mayoría de las mujeres, estaban considerados dentro de la categoría de “naturaleza”. La separación de los humanos y la naturaleza era por tanto una realidad totalmente simbólica.

Hoy, no más que ayer, no estamos separados de la naturaleza. Nuestra vida cotidiana se encuentra íntimamente ligada a ella, a una escala geográfica inédita. Los ordenadores que utilizamos, los alimentos que comemos, las ropas con que nos vestimos, el aire que respiramos dependen de lo que ocurra en la otra punta del planeta. El “capitaloceno” afirma que vivimos en la era del capital, y no en “la era del hombre”, y que “la era del capital” no designa solamente la aceptación de un estrecho sistema económico, sino una manera de organizar la naturaleza, que hace de la naturaleza al mismo tiempo una cosa externa a los humanos, y una cosa “cheap”, en el doble sentido que este término tiene en inglés: lo que es barato, pero también el verbo “cheapen” que significa rebajar, despreciar, degradar…

Su crítica del antropoceno es dura. Pero desde un punto de vista estratégico, ¿hace falta ir contra este concepto a punto de convertirse en una referencia compartida? La idea de que la humanidad ha llegado a ser tan poderosa que destruye el planeta golpea los espíritus y parece comenzar a suscitar una toma de conciencia. ¿No existe por tanto el riesgo de que un concepto, por muy preciso que sea histórica y políticamente, como el de capitaloceno, de la impresión de regresar a un antiguo cuadro interpretativo, basado en la tradición marxista?

Yo no lucho contra el concepto de antropoceno. Lo veo como un punto de partida. Pero plantea cuestiones a las que no puedo responder. Muestra cómo la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica. Pero no responde a la pregunta de saber cómo los humanos hacen la Historia en relación con la naturaleza, y cómo la humanidad se ha separado de la naturaleza. En el siglo XXI, no debemos únicamente comprender qué es lo que ocurre, sino también cómo y por qué la sexta extinción de las especies, el cambio climático, el aumento de la desigualdad y la crisis financiera se producen al mismo tiempo. Los climatólogos han demostrado que el clima va a cambiar de manera decisiva en los próximos decenios y que esto afectará rápidamente a nuestra vida. Pero si nos contentamos con este concepto de antropoceno, puede ser utilizado para fomentar la geoingeniería o para preconizar un neomaltusianismo para los países pobres. Si queremos comprender que las relaciones entre los pueblos, los problemas raciales, de género, o de dominación, forman parte de lo que yo llamo el “tela de la vida”, y están relacionados con la forma en que los hombres piensan y practican la naturaleza, hay que pensar más allá de este concepto de antropoceno, incluso aunque sea popular.

¿Puede explicar este concepto de “tela de la vida”?

Es muy simple. Este concepto se refiere a la naturaleza como un todo. Es una manera de hablar a la imaginación de la gente. Todos creemos saber lo que es la naturaleza. Si decimos “tela de la vida”, ya no estamos tan seguros de lo que esto quiere decir. De esta manera se puede replantear la pregunta decisiva de saber lo que quiere decir tener una “tela de la vida” y buscar cómo los humanos forman parte integrante de esta tela de la vida mientras que la humanidad se imagina a sí misma todavía como totalmente separada de “la naturaleza”.

En su libro Capitalism in the Web of Life, usted critica lo que nosotros llamamos el “pensamiento verde”, las ideas ecologistas, que acusan al capitalismo de destruir la naturaleza explotándola, mientras que según usted, el capitalismo habría coproducido la naturaleza. ¿Qué quiere decir con esto?

Según pienso yo, el capitalismo coproduce la naturaleza, y a la inversa. El capitalismo ha inventado una forma muy extraña de organización de la humanidad y de la naturaleza, que contrasta completamente con la organización de las civilizaciones agrarias que le precedieron. En lugar de basarse sobre la productividad de la tierra como base de la riqueza, es la productividad del trabajo la que se ha convertido en la principal fuente de riqueza. Esto ha tenido un impacto considerable sobre el medio ambiente, porque en un sistema basado en la productividad de la tierra, lo que se quiere es obtener el máximo de arroz o de trigo a partir de una hectárea de terreno. En un sistema basado en la productividad del trabajo, lo que se pretende es obtener la mayor cantidad posible de arroz o de trigo por hora de trabajo. Por tanto, lo que se busca es el incremento constante de la cantidad de materias primas que circulan entre las manos de los trabajadores, ya sea acero, energía o trigo. Se trata de aumentar constantemente este volumen. Lo que se ha producido, desde del siglo XVI, es una revolución sin precedentes en la forma en que la humanidad ha construido su entorno, a una escala y una velocidad desconocidas hasta entonces.

Es verdad que los egipcios construyeron las pirámides y los chinos la gran muralla, es decir, llevaron a cabo proyectos gigantescos. Pero nunca jamás se había producido una transformación tan rápida de los paisajes, con deforestaciones desde Brasil hasta Polonia, el drenaje de tierras húmedas, la excavación de minas, el comienzo de la gran extracción… Estos cambios enormes fueron ocultados por la revolución industrial, época en la que se suele considerar que comenzó a percibirse el impacto del capitalismo sobre nuestra relación con la naturaleza, mientras que éste es mucho más antiguo. Las potencias capitalistas y coloniales han buscado, desde el siglo XVI, más allá de sus fronteras todo tipo de recursos naturales, de trabajo y de energía baratos. La única diferencia está en el hecho de que en el siglo XVI las fronteras se encontraban todavía en la superficie del planeta, mientras que en el siglo XIX la frontera se desplazó bajo tierra con la explotación de las minas de carbón, que permitió construir las carreteras, los ferrocarriles y los barcos que, a su vez, hicieron retroceder las fronteras terrestres allí donde era posible ir a buscar los recursos naturales y el trabajo baratos. La única manera de continuar permanentemente acumulando riquezas y de reinvertirlas para acumular todavía más -lo que es la definición del capital- es encontrar indefinidamente nuevas fuentes de riqueza allí donde la naturaleza es barata, despreciada y degradada. En Inglaterra, se comenzó talando los bosques, después excavando minas de carbón, para a continuación ir a lo más lejano del Imperio a perforar pozos de petróleo.

Esto que dice evoca el libro de Timothy Mitchell titulado Carbon Democracy que muestra que los sistemas políticos y las fuentes de energía están correlacionados y que, a lo largo de la Historia, se han construido los sistemas políticos más adecuados para explotar tal o cual fuente de energía. Sin embargo, leyendo su obra, parece que no son solamente las fuentes de energía las que producen los sistemas sociales, sino el conjunto de las relaciones entre la naturaleza y los hombres.

Estoy completamente de acuerdo con quienes dicen que el petróleo a configurado la manera en que el mundo está organizado políticamente y geopolíticamente. Pero yo desconfío de la tendencia a hacer de tal o cual recurso una especie de divinidad que explicaría todas las organizaciones humanas. Lo que importa es comprender la relación y no el producto en sí mismo; comprender, por ejemplo, cómo el carbón, que durante miles de años no fue más que una simple roca en el suelo, ha podido llegar a convertirse en una fuente de energía fósil, a través de qué relaciones de producción y de poder.

Usted utiliza a menudo el concepto de “ecología-mundo”. ¿Para qué sirve?

El concepto de ecología-mundo procede del historiador Fernand Braudel, inventor del concepto de economía-mundo. Para él, la economía-mundo no era la economía del mundo, al igual que para mí la ecología-mundo no es la ecología del mundo. Para Braudel, la economía no está solamente situada en el espacio, sino que produce el espacio y es producida por el espacio. Algo parecido ocurre con la ecología. La ecología-mundo considera la ecología como el oikos, que permite pensar como un todo las especies y su entorno, como una relación multiforme en la que las especies producen el entorno, y el entorno produce las especies, simultáneamente. La ecología-mundo comparte con el “pensamiento verde” la idea de que los humanos son parte integrante de la naturaleza.

Sin embargo, los historiadores del medio ambiente hablan sobretodo de la influencia del clima sobre los humanos, retomando, a veces, la idea de una forma de dualismo. Por ejemplo, al explicar cómo las revoluciones americana y francesa, y en Haití, son también fruto de una crisis de los sistemas agrarios, o cómo la eclosión de la civilización medieval corresponde a un período cálido del clima europeo. Pero es más que esto. El concepto de ecología-mundo se debe ver más como una conversación que como una afirmación, que permite contar la Historia de otra forma, hablando de esta coproducción entre los sistemas humanos y las maneras de inscribirse en la naturaleza, en las que el capitalismo no es más que una forma histórica situada.

¿En qué puede aclararnos algún día nuestra comprensión de lo que ocurre hoy en día, su crítica de la Historia tal como es habitualmente contada?

Debemos comprender que la crisis de la modernidad es una crisis singular, pero que tiene numerosas formas de expresión. La inestabilidad financiera, los desarreglos climáticos, la sexta extinción de las especies, las desigualdades en el mundo, tienen un origen común: el capitalismo, que puede ser definido también como la ecología-mundo, es decir, una manera particular de organizar las relaciones entre los humanos y la naturaleza. Este amplio cuadro interpretativo permite a los movimientos sociales crear alianzas constructivas que superen la división entre justicia social y justicia medioambiental.

Los movimientos por la justicia climática hacen del clima un problema de poder y de capitalismo. Es la perspectiva de la ecología-mundo. Lo que está en juego es el derecho a la alimentación, a la autodeterminación cultural, y a la democracia igualitaria. Los tres al mismo tiempo. Es una nueva ontología política. El capitalismo avanza comprando a los que lo desafían. Pero quienes lo desafían en nombre de la soberanía alimentaria o del clima aportan una visión alternativa de un mundo que funcionaría sobre la base de principios muy diferentes.

Pero los movimientos sociales no se organizan en absoluto sobre esta base: el discurso sobre la justicia social se opone frecuentemente al discurso medioambiental.

Es tremendamente frustrante. Mucha gente cree todavía que la sociedad y la naturaleza son dos cosas diferentes. Por tanto tratan de proteger una de ellas en detrimento de la otra. En una época en la que la naturaleza humana y la naturaleza extra-humana están cada vez más entrelazadas, en tanto que historiador, la única cosa que yo puedo decir es que ver la unidad por encima de estas divisiones es quizá el acto más potente que estos movimientos sociales podrían llevar a cabo. En Estados Unidos, en la lucha contra el oleoducto Keystone XL, se ha logrado la unidad entre los críticos del capitalismo financiero, encarnado por Wall Street, y las comunidades que buscan la defensa de su calidad de vida. Es un vínculo importante. Falta todavía la implicación del sector productivo.

Algunos ven el momento presente como una era de desastres y catástrofes. Existe una política del miedo. Sin embargo yo pienso que estamos a punto de vivir el hundimiento del capitalismo. Es la postura más optimista que se puede adoptar. No hay que temer el hundimiento. Hay que aceptarlo. No se trata del hundimiento de los pueblos y de los edificios sino de las relaciones de poder que han transformado a los humanos y al resto de la naturaleza en objetos puestos a trabajar gratuitamente para el capitalismo.

¿Qué piensa usted de la campaña para el cese de la inversión en energías fósiles llevada a cabo principalmente por el red 350.org en el entorno de las universidades americanas?

Me parece bien esta campaña pues incrementa la conciencia del desarreglo climático y la comprensión del papel que juegan las industrias fósiles en este fenómeno. Esto es positivo. Pero hay un gran peligro: reforzar la idea de que un capitalismo verde es posible.

Hoy tenemos las capacidades tecnológicas para reducir significativamente el cambio climático. Pero el problema no son las tecnologías. Es el capitalismo. [Como si las tecnologías no sostuvieran el capitalismo!; NdE]

La mejor estrategia política para los movimientos estudiantiles es hacer presión para democratizar las universidades. Debemos mirar cómo están organizadas nuestras universidades. Hay que criticar la idea de que constituyen los motores del crecimiento económico, y defender, por el contrario, su papel de producción del saber necesario para la liberación de todas las formas de vida -no solamente la vida humana- de la opresión y de las desigualdades. Hay que encontrar el medio de reestructurar el saber.

Hay una cita atribuida a Einstein: “El sistema de pensamiento que ha creado un problema no puede encontrarle la solución”.

Estamos ahí. Tenemos necesidad de una nueva forma de pensar, que corresponda al siglo XXI, no al XIX, ni al XVI. Esta es la modesta contribución de la ecología-mundo: impulsar un saber que permita, promueva y facilite la emancipación.

El desastre de la escuela digital

Le desastre

El desastre de la escuela digital

Philippe Bihouix et Karine Mauvilly, Le Désastre de l’école numérique. Plaidoyer pour une école sans écrans

Mientras que algunos de los ejecutivos de Silicon Valley matriculan a sus hijos en escuelas sin ordenadores, Francia se ha lanzado, bajo el pretexto de «modernidad», hacia una informatización de la escuela a marchas forzadas -desde la escuela maternal hasta el instituto. Un ordenador o una tablet por cada niño: ¿es esto la panacea? Hablemos más bien de un desastre. La escuela digitalizada es una elección pedagógica irracional, pues no se enseña mejor -y a menudo mucho peor- por medio de pantallas. Se trata del derroche de recursos escasos y la generación salvaje de deshechos peligrosos en el otro extremo del planeta. Se incurre de forma sorprendente en riesgos para la salud teniendo en cuenta que los efectos en los cerebros de los jóvenes de los sistemas conectados todavía no se conocen bien. Se ignoran los riesgos psicosociales que corren los jóvenes atrapados por la tecnología digital.

Quizá habría que pensar en hacer de la escuela una zona de refugio, sin conexiones ni pantallas, que permita reinventar posibilidades y formas de vida en común sin la mediación de la tecnología.

Radio: Le désastre du numérique à l’école, 2017

Maintenant (Ahora)

maintenant

Comité Invisible, Maintenant, éditions La fabrique, 2017.

Comité invisible: de la destrucción a la descomposición (reseña en francés en Le Comptoir)

Copiamos a continuación la reseña publicada por Briega. Contrainformación de Cantabria:

El comité invisible vuelve a la carga con una nueva publicación, Maintenant (Ahora), que salió a la luz el pasado mes de abril. Queda esperar la traducción al castellano que seguramente no se hará mucho de rogar. Mientras tanto, os dejamos con las siguientes reflexiones que nos ha inspirado la lectura del texto.

En la línea de sus anteriores publicaciones, en este nuevo ensayo el Comité Invisible, con su particular estilo provocativo y alejado de cualquier tipo de academicismo, acomete una crítica de la sociedad occidental actual y reflexiona sobre las vías para situarse “al margen” de ella. Esta vez, la palabra insurrección pasa a un segundo plano, hasta el punto de que apenas aparece mencionada en el texto, y pasa a dar protagonismo a otras palabras como destitución o comunismo, a las cuales se les dedica capítulos enteros. En realidad, creemos que el Comité Invisible no ofrece ahora nuevas grandes ideas, sino que se limita a actualizar y ampliar algunas que ya había desarrollado en textos anteriores.

Continúa leyendo Maintenant (Ahora)

Sí, nos importa el bledo

Sí! Nos importa el bledo!

Con este lema que hemos tomado prestado del Comando María Moñitos, queremos presentar aquí un libro singular. Un libro dedicado a la maleza: Bienaventurada la «maleza» porque ella te salvará la cabeza.

La «maleza» es el mal puesto en femenino, porque es el mal que practicaban nuestros ancestros antes de descubrir lo que llamaron la «civilización» y que las mujeres, al menos, muchas de ellas, se resistían a abandonar. Los hombres civilizados utilizaron la palabra «maleza», derivada de «malitia» (maldad), para referirse a todas aquellas plantas que durante milenios habían servido para la alimentación y el cuidado de la salud de cientos de generaciones de seres humanos.

Dado que había plantas que interferían con el «hombre» y con sus áreas de interés (Mercado, B.I. 1979. Introduction to weed science. Southeast Regional Center for Graduate Study and Research in Agriculture, Laguna, United States), el progreso y la civilización exigían su total extinción, y para ello el primer paso fue el de denigrarlas bautizándolas con un nombre peyorativo y además en femenino, aumentando así su carácter maléfico.

Comunicado del Frente María Moñitos para aclarar de qué color son las vainas.

Bienaventurada la maleza

César Lema Costas (ccord.), Bienaventurada la «maleza» porque ella te salvará la cabeza

Coordinado por César Lema Costas, este libro recién publicado ha contado con la colaboración de  un nutrido grupo de importantes colaboradores: Félix Rodrigo Mora, Josep Pàmies, Juanra, Silvia Méndez Alonso, Patri Puga Gómez y Daniel María Pérez Altamira.

Se compone de dos partes (unificadas físicamente en una carpeta de anillas), el libro de 239 páginas y las fichas en color de 113 plantas silvestres adecuadas para el consumo humano, organizadas por orden alfabético.

Son 113 plantas silvestres las que, en la sección de las fichas, quedan estudiadas en su totalidad, desde su presentación hasta las formas culinarias más apropiadas para su consumo. Se señala su inocuidad o, si es el caso, ligera toxicidad (junto con los modos de remediarla), uso culinario, uso medicinal y otros aprovechamientos, todo ello ilustrado con excelentes fotografías de las plantas y de los platos que es posible cocinar con ellas.

La portada reproduce el calendario románico del templo medieval de la aldea de Beleña del Sorbe (Guadalajara), erigido hacia el año 1150, que representa los meses de junio, con la escarda y recogida de silvestres, y julio, la siega con hoz del cereal.

La finalidad del libro “es exponer con argumentos pero sobre todo con fórmulas prácticas hacederas, porqué y cómo debemos incrementar el consumo humano de plantas silvestres. El fin último es salvaguardar el monte, la naturaleza salvaje, los bosques, el arbolado y el régimen de lluvias. Se trata de reducir la superficie agrícola al rebajar el consumo de alimentos y productos cultivados, para aminorar la erosión, destrucción de los suelos, aniquilación de la vida silvestre vegetal y animal, declive de la biodiversidad, desertificación y cambio climático. Al equipo que hemos colaborado nos une la convicción de que no basta con implementar agriculturas menos agresivas, aunque también, sino que además hay que retornar a la etapa recolectora de la historia de la humanidad para servirnos de las «malas hierbas», de las «malezas», como parte importante y habitual de la dieta, precisamente para reducir significativamente la superficie destinada a usos agrícolas, siempre causantes en mayor o menor medida de erosión y degradación edáfica, hídrica y climática”.

Con ojos bien abiertos

con-ojos-bien-abiertosCon ojos bien abiertos. Ante el despojo, rehabilitemos lo común. Un encuentro de colectivos a propósito de Ivan Illich

Una vez más, gracias a Kutxiko txoko txikitxutik, hemos tenido conocimiento de esta interesantísima publicación. Un libro colectivo en el que se abordan experiencias de lucha y de resistencia ávidas de analizar y compartir las posibles salidas a formas de vida autónomas y comunitarias guiadas por la idea de «convivencialidad» propuesta por Ivan Illich.

De la introducción:

El libro que tienen entre las manos surge del impulso de la Cátedra Jorge Alonso1 por generar confluencias, y convertirlas en encuentros productivos de pensamiento crítico latinoamericano, que reditúen en múltiples búsquedas por hacer de México un mundo donde quepan muchos mundos. El evento celebrado en junio de 20152 llegó a ser un verdadero encuentro entre personas ricas en experiencias de lucha, formadas en colectivos de diferentes sepas, todas ávidas a compartir y analizar las posibles salidas anti-capitalistas a las crisis que nos aquejan y de que somos parte.

(…) Es así que el encuentro lo hicimos personas situadas en tres grandes trincheras de experiencia política, o desde tres grupos de compañeras y compañeros, con sus respectivas miradas hacia la militancia y el quehacer netamente político. Esta experiencia en las luchas sociales de México ha encontrado pistas de continuidad y de transformación en colectivos de diversa naturaleza e historia. Desde un principio planteamos la necesidad de dialogar entre nosotros, esto es, de mirarnos en nuestra diferencia con vistas a vincularnos en lo común. Aspiramos a poder enfocarnos en lo compartido, al traer a la discusión en el Seminario nuestras reflexiones sobre el gran reto de concentrar sinergias para construir alternativas desde una miriada de espacios abiertos desde abajo, y desde lo local y lo regional. Lo que no es lo mismo que aspirar a la unidad en la lucha, sino más bien, el evento que nos reunió representó una búsqueda por afinar más y apreciar mejor las maneras de acercarnos como nodos de redes que a su vez se vinculan a otros colectivos. Nos permea una actitud abierta para comprendernos en nuestros lenguajes e imaginarios diversos de transformación social.

Contra la enajenación de la vida

cuadernosdenegacion10tapa

Ya está disponible el número 10 de cuadernos de NEGACIÓN.

Este número indaga en los orígenes del capitalismo y ataca algunos mitos al respecto. Continúa con la crítica del dinero, del Capital como sujeto y fin último de la producción y reproducción de la sociedad, del fetichismo y la enajenación como la instrumentalización del mundo y todos los que habitamos en él.
Enajenación no significa simplemente la separación de nuestros medios de vida, sino que se trata de todo un proceso histórico mediante el cual se ha llegado a que nuestra propia existencia se nos presente como ajena, en una sociedad donde el objetivo no son las personas, ni tampoco las cosas, sino la producción por la producción misma, la valorización del Capital.
Es todo un orden social que vivimos como ajeno e, inevitablemente inmersos en él, tenemos que enfrentar.

Contenido:
▪ Presentación
▪ El capitalismo
▪ «Había una vez…»

Subsunción
▪ Un mundo sin corazón
Acumulación, comercio, usura y desposesión
▪ Entrando en la lucha de clases
▪ El Capital solo quiere más capital
▪ Dinero

Dinero y valor
▪ El fetichismo de la mercancía
… y su secreto

▪ Alienación
El trabajo enajenado

El crepúsculo de las máquinas

Zerzan

John Zerzan, El crepúsculo de las máquinas, Traducción de Xavier Caixal i Baldrich, Prólogo de Carlos Taibo, Los libros de la catarata, 2016

John Zerzan es considerado tanto por sus detractores como por algunos de sus seguidores como un pensador desmesurado. No estoy de acuerdo en absoluto. Lo que es desmesurado es el mundo en el que vivimos, la civilización, la cultura globalizadora, homogeneizadora y normalizadora, y sobre todo nuestra dependencia de las tecnologías.

Es la lógica de la dominación la responsable de esta desmesura en la que vivimos. Leopold Kohr puso el dedo en la llaga cuando intuyó que el desastre de la modernidad era una cuestión de escala. Para Zerzan, la crisis de la civilización es mucho más que una cuestión de escala. La desmesura de la civilización actual es efectivamente una cuestión de escala, pero su origen no es una cuestión de escala. El origen de los males de la civilización es la civilización misma que responde a una actitud de los humanos ante la vida: la actitud de dominio. El deseo de dominio de la naturaleza y de la vida, de su control, de su sometimiento, dio lugar en el neolítico, según Zerzan, a la división del trabajo, a la especialización, al trabajo en serie, al desarrollo de la tecnología y a la esclavitud en nombre de la libertad. La división del trabajo es necesaria para el desarrollo de herramientas y de máquinas complejas. El objetivo es el dominio y el control de la naturaleza. Las consecuencias son varias: la destrucción de la naturaleza, la sustitución de las pequeñas comunidades de vida basadas en las relaciones cara a cara por complejas sociedades basadas en la ley y en relaciones mediadas por el intercambio y por la tecnología. Las máquinas son las herramientas que permitieron el industrialismo y el surgimiento del capitalismo, pero es la lógica de la dominación y la división del trabajo lo que se encuentra en su base.

Para Zerzan las máquinas y la tecnología son una consecuencia de la civilización y ésta es una consecuencia de la aplicación de la lógica del dominio. Para dominar la vida los humanos hemos desarrollado la tecnología. Buscando la libertad, los humanos hemos encontrado la esclavitud. El llamado «progreso» se basa en el desarrollo de herramientas cada vez más complejas, llegando hasta la actual red de alta tecnología que constituye un enorme sistema mundial del que nadie tiene el control y del que todos somos esclavos; un sistema que ha convertido a los grupos humanos en masas, que ha destruido la autonomía de los individuos y de los pequeños grupos que ya no son capaces ni siquiera de sobrevivir sin integrarse en dicho sistema, y que tiene como consecuencia el aislamiento de los individuos.

El dominio de la vida ha dado lugar a la consideración de la especie humana como algo separado de la misma, por encima de ella. Los humanos no formamos ya parte de la naturaleza, ni de la vida a las que creemos dominar por completo. Ya nada es real, nuestras relaciones se establecen en mundos virtuales, nos alimentamos con productos desarrollados en laboratorios y caminamos hacia la producción de todo tipo de vida en los mismos. La humanidad es un invento de los humanos. Como dijo Lyotard, y nos recuerda Zerzan en este libro, «la tecnología no es una invención de los humanos. Más bien a la inversa».

No hay alternativa sin salir del modo de vida imperante. La única alternativa es transformar radicalmente nuestra actitud ante la vida: abandonar toda pretensión de dominio y fundirnos en la naturaleza y en la vida en pequeñas comunidades enraizadas en la tierra que sabrá sustentarnos como lo hace con todos los demás seres vivos.

«Exterminad a todos los salvajes»

Exterminad

Sven Lindqvist, Exterminad a todos los salvajes”, Traducción de Carlos Kristensen, Turner, 2004

“En todo el mundo existe un conocimiento reprimido profundamente que, si cobráramos conciencia, haría estallar nuestra concepción del mundo y nos obligaría a dudar de nosotros mismos.”

“Exterminad a todos los salvajes” es el imperativo con el  que Kurtz, personaje literario de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, expresaba lo que ya se estaba haciendo. En nombre del progreso, de la ciencia, del desarrollo, del crecimiento, los estados civilizados se embarcaron durante el siglo XIX en la inmensa tarea de exterminar salvajes y en la aún más inmensa de explicarla racionalmente, de justificarla y de olvidarla.

Sven Lindqvist hace un recorrido a través de los genocidios y del exterminio de pueblos enteros a los que la ciencia moderna clasificó como pertenecientes a razas inferiores y por lo tanto condenados a desaparecer como consecuencia de la selección natural, con la que los pueblos “civilizados” tuvieron que colaborar activamente practicando “el arte de acelerar el exterminio de un pueblo inculto”. Lindqvist no solo nos acompaña a través de numerosos ejemplos concretos del avance de la civilización entre pueblos primitivos que debían ser eliminados en nombre del progreso, sino que en su recorrido por la historia del exterminio también nos va presentando las diferentes formas de racionalización a que dio lugar el imperialismo y el colonialismo durante el siglo XIX. Biólogos, antropólogos, filósofos y toda clase de científicos se lanzaron durante el siglo XIX a conformar el cuerpo teórico y doctrinal que respaldaba y justificaba el imparable avance de la modernidad capitalista desarrollando conceptos como raza, evolución, selección natural, espacio vital… Porque, como nos recuerda Juanma Sánchez Arteaga en su libro La razón salvaje“no cabe duda de que Darwin ideó sus revolucionarias teorías inmerso en el imaginario salvaje de la burguesía imperialista decimonónica”.

El genocidio practicado en el Congo Belga de Leopoldo II en el que Conrad sitúa su novela no fue una excepción. Toda Europa actuaba con la misma premisa: “exterminad a todos los salvajes”, porque como escribía Paul Rohrbach, “tanto para los pueblos como para los individuos vale que la existencia que no crea valores no puede pretender derecho a existir”. En el mundo moderno, libre, democrático, el crecimiento de la riqueza es el objetivo y quien no crea ningún valor, debe desaparecer para permitir el progreso y el enriquecimiento de quienes desean crear valor.

Todos nosotros sabemos lo suficiente. Todos sabemos que nuestro bienestar actual está construido sobre el genocidio, sobre el exterminio, sobre la destrucción de pueblos enteros, de culturas milenarias, de sistemas de vida autosuficientes… pero, tal como nos recuerda Lindqvist al comienzo y al final de su libro, “lo que nos hace falta es el coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar conclusiones”.

El nazismo fue un heredero directo del sistema colonialista e imperialista. Tampoco fue una extraña excepción y cumplió, desde el punto de vista que nos muestra Lindqvist en este libro, la importante función de hacernos olvidar que nuestro sistema de vida actual está edificado sobre el genocidio, sobre el exterminio, sobre la destrucción, sobre el robo, sobre la explotación, sobre la esclavitud. Todos sabemos lo que pasó, aunque preferimos ignorarlo para poder seguir viviendo como vivimos: “Tampoco, como sus contemporáneos, podía Conrad estar libre de haber oído hablar del ininterrumpido genocidio que caracterizó todo su siglo. Somos nosotros los que hemos reprimido ese conocimiento. No queremos recordarlo. Deseamos que el genocidio haya empezado y haya concluido con el nazismo. Es mucho más tranquilizador que así sea”. Vivimos mucho más tranquilos si creemos que el genocidio es obra de unos locos y no el fundamento del sistema de dominio del mundo que ha permitido lo que llamamos nuestro “bienestar”.

“No es conocimiento lo que nos hace falta. La población educada ha sabido siempre, puede decirse, las atrocidades que fueron perpetradas y que se perpetran en nombre del Progreso, la Civilización, el Socialismo, la Democracia y el Mercado.

 

 

El paraíso -que merece ser- recobrado

port_thoreau_suelta

H. D. Thoreau, El paraíso -que merece ser- recobrado, Ediciones El Salmón

Los paraísos del progreso que nunca llegaron

(Reseña de Iñigo Elortegui publicada en la revista Hincapié)

Si los editores de El Salmón tienen razón y la mayoría de libros editados últimamente de Thoreau poco han contribuido a despertar el espíritu crítico en los lectores, aquí viene este librito con mayor carga de profundidad. Mucho se está publicando de Thoreau y muy bueno. Pero esta edición aboca la crítica thoreuniana a la fe ciega en el mecanicismo más draconiano que no es más que el que vivimos en nuestros días. El Paraíso – que merece ser- recuperado es la crítica que Henry David Thoreau hizo del libro de J. A. Etzler El Paraíso al calcance de todos los hombres, utopía entonces hoy realidad de un planeta plagado de máquinas eólicas, hidraúlicas y de vapor en montes, mares, campos y ciudades que acabarían con el arduo trabajo humano y que contribuirían al advenimiento de la felicidad humana. Que la utopia etzleriana no tiene nada de futuro, por cuanto es nuestro presente, resulta evidente. Y que somos al mismo tiempo los testigos de su aplastante realidad como las víctimas de su más rotundo fracaso, además de los portadores mentales, en el gen progresista que heredamos de nuestros mayores y que trasmitimos a nuestros descendientes, de perpetuar hasta el fin de su propio fin un Progreso que ya no puede progresar más porque lo ha aniquilado casi todo. Thoreau lo decía en 1845.

Los Etzler que criticara Thoreau hace 171 años abundan en nuestros días. Están en las facultades de ciencias aplicadas, planean y ordenan – ¿están estos desordenados? – los territorios en ayuntamientos o gobiernos regionales, asesoran a partidos caducos y emergentes; están hasta en las revueltas tipo 15-M. El lema “No es una crisis, es una estafa” revela el desvelo por querer solventar un mal trago ocasionado por unos cuantos estafadores que se han quedado con el dinero que debiera fluir en los flujos de antes. Jorge Reichmann  y Emilio Santiago Muiño aciertan al darle la vuelta al trucaje: “No es una estafa, es una crisis”. Es la crisis, el colpaso del propio Progreso, de la civilización nuestra. Se puede discutir la longevidad de los recursos fósiles. Menos el gisgantismo planetario del consumo energético, su degradación.  Los obispos del Progreso son los reformistas de toda ralea que Thoreau identifica:

mientras un reformador friega los cielos, otro barre la tierra.

Allende los siglos, los adventistas del Progreso apartaron de los púlpitos a los que purgaban con agua bendita a los esquivos infieles. Una especie de sorpasso – palabra ahora tan de moda – histórico y dogmático. Thoreau vaticina la debacle: nada podrá tener éxito sin la concordancia con la naturaleza. El éxito del progreso es haber convertido esta elemental máxima en un quejoso resquicio de primitivistas o primates que añoran el taparabos y comer cebollas crudas. Es un éxito mental: cada persona no ve un designio del colapso en los barrios circundados por autovías, en los pueblos cercenados por centrales atómicas, hidroeléctricas, de residuos, en las costas apostilladas por puertos industriales, en el pescado con niveles elevados de cadmio, en la carne con clembuterol.

Thoreau parece adoptar una actitud descreída de las posibilidades de la utopia que plantea Etzler: sociedades con ultrateconología que mediante participaciones en acciones permitieran crear sociedades cerradas o comunitarias para el disfrute de sus asociados con sus constituciones. Ahí tenemos en nuestra era a los monopolios tecnológicos con acciones en bolsa o constituídos en sociedades limitadas con sus respectivos estatutos constitutivos. ¿Fin de trayecto? Thoreau adelanta en este sombrío librito el abismo moral de la sola idea de un futuro así. Nosotros afrontamos el abismo físico de la posibilidad de su presente. Muy malas noticias para los utopistas.

Íñigo Elortegi