Berta Cáceres fue asesinada hace unos días. No es la primera víctima, Paula González, Tomás García y otros fueron asesinados antes que ella. Asesinaron a Berta, pero no pueden matar su palabra que vive y se replica. La máquina productiva, el ilimitado crecimiento, el desarrollo, el progreso destruye formas de vida, destruye culturas vivas como el pueblo Lenca, destruye la tierra, se apropia de la vida, del agua, de la tierra y expande la dominación, la explotación, la violencia y la muerte…
Canción Río Gualcarque from Terco Producciones on Vimeo.
BERTA CÁCERES ASESINADA POR LA MÁQUINA PRODUCTIVA CAPITALISTA
Francesca Gargallo
La máquina productiva capitalista no tiene límite alguno, ni el ecológico-ambiental, ni el respeto a la vida humana. Necesita seguir produciendo y por ende necesita extraer (lo que sea: carbón, oro, petróleo, diamante, manganeso y cualquier otra cosa esté en las rocas, la tierra, el agua, las arenas, el cuerpo humano, la flora, la fauna) y generar ganancias, no importa que el ganado se coma las selvas del mundo y produzca más gases de efecto invernadero que los autos, los aviones y los barcos juntos. Quien intenta parar esta hambrienta carrera productivista es un enemigo. Un peligroso elemento de subversión. Un agente de algo peor que el terrorismo. Todo se vale para aniquilarlo.
Este es el motivo del por qué en dos años han sido asesinados 300 ambientalistas, la mayoría de ella/s indígenas, y decenas más han sido secuestrada/os o arrestada/os con cargos inexistentes. El 4 de marzo, por ejemplo, por defender la zona de Semuk Champey en Guatemala fueron capturadas las autoridades q’eqchí Crisanto Asig Pop y Ramiro Asig Choc. Fueron interceptados por particulares armados, subidos con violencia a un pick up y luego entregados a la policía. De la legalidad en América Central nadie ya se acuerda.
Berta Cáceres, la dirigente lenca que aprendió a escuchar y hablar con el río Gualcarque, donde reside el espíritu femenino desde la cosmovisión del pueblo lenca, sabía que las “niñas” custodian los ríos, la alimentación, las plantas medicinales y el agua que ellos proporcionan a la gente. Berta Cáceres organizó a su pueblo contra los proyectos de las hidroeléctricas que después del golpe de 2008 han recibido 47 concesiones para construir represas en el país.
En particular, en 2006, después de la visita de diversos miembros de la comunidad de Río Blanco, quienes fueron a denunciar, desconociendo sus objetivos, la presencia y actividad de una maquinaria de obra pesada en su territorio, a la cabeza del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras –COPINH- Berta Cáceres emprendióla resistencia frente a la construcción de la represa de Agua Zarca.
Agua Zarca iba a ser ejecutada por la mayor empresa hidroeléctrica china, Sinohydro Corporation, junto con la constructora local DESA. Suponía el desplazamiento de población lenca de sus territorios y la afectación de las aguas sagradas del río Gualcarque. La lucha implicó sangre y esfuerzo, un dirigente campesino asesinado, amenazas, intentos de culparla de delitos del fuero común, hasta que en 2013 la mayor transnacional china en construcción de represas abandonó la obra tras denunciar su contrato con el gobierno hondureño, alegando la continua y persistente resistencia comunitaria.
Berta y el COPINH detuvieron el proyecto, inspirando la resistencia de más pueblos de Honduras y del mundo. Por ese trabajo de conducción incansable ella recibió el premio medioambiental Goldman en 2015.
No obstante, hoy la empresa DESA está fraguando nuevos planes para reiniciar la agresión contra el Gualcarque. “Yo personalmente responsabilizo a la empresa DESA, constructora de la represa hidroeléctrica Agua Zarca en la comunidad de Río Blanco, que en reiteradas oportunidades la amenazaron indirectamente o directamente”, afirmó Berta Isabel Zúñiga Cáceres, hija de la coordinadora del COPINH, después de que dos sicarios entraran a su casa el 3 de marzo a la una de la mañana y le sorrajaron cuatro tiros. Huésped de Berta esa noche era otro dirigente ambientalista centroamericano, el chiapaneco Gustavo Castro, quien recibió un tiro que le rozó el cuello y le llenó la cara de sangre (ha sido atendido en un hospital privado hondureño, pero en la madrugada del 6 de marzo le fue impedido salir hacia México); seguramente está vivo porque lo creyeron muerto.
A Berta la mataron porque la temían y el poder odia a quien le provoca el miedo de que su productividad incesante pueda ser detenida. Le dispararon en el sueño después de la primera jornada de un foro sobre energías alternativas desde la visión indígena; es decir, la asesinaron mientras participaba junto a otros compañeros y compañeras de una apuesta por la vida ante un mundo insostenible que se cae a pedazos.
Más que utópica Berta era concreta, terrena, consciente de la dificultad de defender los derechos de los pueblos indígenas a su territorio. Se aferraba de la voluntad colectiva y de la historia. Me dijo en varias ocasiones que a las mujeres nos toca volver a reconocer que somos brujas, que somos capaces de poner fin a la violencia contra nuestros cuerpos tanto como somos capaces de dar la vida, de atender la salud, de conocer y de sostener la memoria de un pueblo. Insistía en que eso de ser brujas hoy se llama ser feministas y que en el COPINH, que había cofundado con compañeras y compañeros en marzo de 1993, no sólo se debía luchar por la defensa de los derechos humanos y del territorio del pueblo lenca, contra la presencia militar del comando sur estadounidense en Honduras y en favor del regreso a la democracia aniquilada con el golpe de estado de junio de 2008, sino que había que esforzarse diariamente por la buena vida de las mujeres, el fin de la violencia doméstica y el reconocimiento de los aportes culturales y económicos femeninos. “Es tan difícil luchar contra el machismo cuando con los compañeros también se quiere construir un mundo mejor”, recuerdo que me dijo al acogerme en la casa de su madre en Intibucá en 2010.
Más que de sí misma, Berta quería hablarme de su madre, Austraberta Flores, una partera y activista social del pueblo lenca que fue diputada al congreso nacional y alcaldesa de La Esperanza. Doña Austraberta en la década de 1980 acogió a refugiados de la guerra civil en El Salvador, siempre protegió a mujeres que huían de las casas donde el marido o el padre las golpeaba, ayudó a parir a quien no podía acudir a un médico particular y enseñó a su hija el valor de la defensa de la vida y la solidaridad. En otras palabras, Berta estaba orgullosa de descender de una progenie de mujeres poderosas. Doña Austraberta Flores ante el féretro de su hija declaró que el crimen no quedará impune y más aún: “El crimen de mi hija es el inicio de una lucha; levantemos la voz y luchemos en grande para salir de la impunidad tan tremenda que nos tiene en una situación tan difícil”.
La compositora e intérprete hondureña Carla Lara le dedicó una canción al Gualcarque donde dice: “Una se pregunta de dónde tanta fuerza, de dónde Marcelina, de dónde tantas Bertas… Me contaron un secreto, son espíritus ancestros que le dan vida a los cuerpos, que le dan fuerza a los lencas…”. En realidad, en el país más peligroso de América Central, donde un promedio de 13 personas son asesinadas al día y donde los feminicidios se multiplican en número y crueldad, Berta era una ambientalista de sorprendente valor y arrojo. Se movía por todo el país, tanto apoyaba a una comunidad marítima la costa Pacífica como denunciaba el acoso que sufren por parte de las empresas turísticas las costas garífunas del Atlántico. Tenía medidas cautelares junto con dos de sus hijas y su hijo debido a que en varias ocasiones había sido amenazada y agredida. Sin embargo, festejaba la alegría, le gustaba la fiesta, nunca se cansaba de dialogar con quien creía podía aportarle ideas, ayudas, soluciones.
El coordinador del Movimiento Madre Tierra Honduras, Juan Almendares, calificó su asesinato como “un crimen de lesa humanidad”, ya que Berta era, a sus casi 45 años (no los cumplió por un día), “la máxima líder en la historia de la lucha ambiental en Honduras, una mártir”. No es el único que reconocía el coraje de Berta. Las feministas de Honduras la han llamado “nuestra Berta”. Las poetas, los miembros del muy golpeado movimiento LGTB, las organizaciones del pueblo garífuna y maya chortí, se han manifestado contra la impunidad y las mentiras que puedan rodear la muerte de una mujer difícil de reducir a un solo calificativo. Su hermano Gustavo Cáceres, como ella ambientalista, declaró en La Esperanza: “Las transnacionales la mandaron a matar”, al recibir a los embajadores de Estados Unidos, James Nealon, y de la Unión Europea, Ketil Karlsen, cuando fueron a mostrar su solidaridad a la familia durante el velorio que se ha realizado en su ciudad natal.