El bien más precioso del hombre en el orden temporal, su continuidad más allá de los límites de su existencia, en los dos sentidos, ha sido enteramente confiada al Estado. (Simone Weil, «El desarraigo»)
A campana tañida e repicada… recibimos de nuevo la llamada a concejo para pensar y para hablar sobre todo aquello que nos concierne. Y como nuestra relación con el territorio también es algo que nos concierne, en este nuevo número (y van 4) de Concejo, editado por Lecturas de Zamarraco, se abre una puerta hacia la reflexión sobre cómo construir una relación con el territorio que nos permita rearraigar nuestras vidas, enraizar de nuevo.
«Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana». Así se expresaba Simone Weil en un texto en el que reflexionaba sobre el desarraigo que se ha instalado como una de las principales enfermedades del mundo moderno. Para echar raíces necesitamos replantearnos nuestra relación con el territorio al margen de la idea y del concepto de nación que surgió con la modernidad. Nacionalismos e internacionalismos, ambos parten de la construcción de un concepto, la nación, que probablemente sea necesario deconstruir para poder empezar a imaginar una relación diferente con el territorio en el que vivimos y en el que convivimos con otros, de nuestra misma comunidad y de otras comunidades.
Este número de Concejo se inicia con un debate en el que surgen muchas cuestiones para poder pensar críticamente. Se presenta como un tímido comienzo que de paso a posteriores reflexiones y debates que nos ayuden a imaginar un nuevo modo de vida emancipada de todo aquello que nos somete y nos domina. El territorio y nuestra relación con él deben ser vistos desde nuevas perspectivas, ya que echar raíces de nuevo es probablemente lo único que puede garantizarnos la conexión entre el pasado y el futuro a través del presente. Esta conexión nos la puede proporcionar el territorio, con el que tendremos que establecer nuevas formas de relación autónomas, porque no podemos seguir confiando al Estado nuestro bien más precioso.