Otros mundos son posibles: Lolita Chávez Ixcaquic

Lolita Chávez, de origen maya, reivindica la posiblilidad de otros modelos de vida que los estados y las multinacionales desean impedir pues para ellos sólo existe un modelo, el del desarrollismo, el crecimiento, el progreso… un modelo que está destruyendo la vida…

 

 

El poder del NO. Entrevista de Gustavo Duch con Lolita Chávez

Hambre que huele a colapso

¿Saben ustedes que alrededor del lago Victoria dos millones de personas pasan hambre cuando, cada día, desde ahí viajan dos millones de raciones de perca del Nilo hacia los mercados internacionales?

(Gustavo Duch)

 

La pesadilla de Darwin es un documental imprescindible para entender cómo funciona el mundo de los mercaderes en el que se producen alimentos destinados al mercado para que millones de personas se mueran de hambre.

 

Reproducimos el artículo de Gustavo Duch publicado en su página web:

Las hazañas de nuestra civilización te acosan, están por todas partes. Al entrar a la ciudad ves todas esas hectáreas de coches fabricados en los últimos meses, perfectamente alineados, listos para vender, y piensas ¿se venderán todos?En un documental ves que en un espacio dónde cabrían once estadios de fútbol, cerca de Accra, la capital de Ghana, se almacenan millones de toneladas de desechos electrónicos y piensas ¿se vendieron todos? O como en aquella ocasión en que visité una planta para elaborar tomate frito. Era como una pequeña central nuclear por donde millones de tomates circulaban en un circuito de tuberías que permitían la asombrosa producción de miles de barriles.

Hazañas que son metáforas del hambre. Pues aunque al hablar del hambre identificamos una grave situación de déficits, en realidad su origen no es más que la cara B de la sobreproducción, algo santificado por el capitalismo, que ha encontrado, en estos tiempos de la globalización neoliberal, el mejor de los escenarios: un mercado global y unas políticas diseñadas para mercadear.

Cuando leemos que se produce casi el doble de lo que se requiere para alimentar a toda la población mundial, lo que hemos de interpretar no es sólo que el problema del hambre no es la falta de alimentos, sino que el problema es precisamente el exceso de materias primas, porque en el mundo actual nos encontramos que más del 20% de las tierras cultivadas están produciendo materias primas como la palma africana, colza, caña de azúcar, soja y plantaciones de árboles que no es que no se coman directamente, que lo es, sino que esas áreas agrícolas se han conseguido a base de expulsar a millones de personas que ahí tenían su sustento. Y ahora no.

Pero además, buena parte del resto de cultivos tampoco están respondiendo a su objetivo alimentario sino que sirven al juego de los intereses económicos. Por un lado, de quienes en las bolsas de valores, cual malabaristas con sus bolas, hacen subir y bajar su precio en función de sus inversiones. Por otro, vemos como los alimentos -imantados por donde está el poder adquisitivo- viajan del sur al norte, de los lugares del hambre a los lugares de la abundancia. Hay un ejemplo que que me martillea. ¿Saben ustedes que alrededor del lago Victoria dos millones de personas pasan hambre cuando, cada día, desde ahí viajan dos millones de raciones de perca del Nilo hacia los mercados internacionales?

Ninguna de las soluciones al hambre pasa por producir en cada territorio, con el esfuerzo de sus gentes, la parte sustancial para una alimentación suficiente y sana. Al contrario, se insiste en la necesidad de incrementar las producciones en base a un sistema productivo que depende del uso y abuso de un recurso finito, el petróleo; que castiga a la tierra hasta llevarla al agotamiento; y que acaba con la biodiversidad, vital para adaptarse a los cambios climáticos. No sólo es responsable del hambre actual, será responsable de un hambre que huele a colapso.

Buenos días, Sísifo

Buenos días Sísifo

José Ardillo, Buenos días, Sísifo, La Vihuela edición, 2014

Es la historia de una huída imposible y de una búsqueda que nunca acaba de encontrar… exilios voluntarios para desligarse del orden cívico: «es el repliegue o la huida. Buscar otro lugar y empezar de cero. Pero esto, más que una solución, es una añagaza para evitar la cuestión principal. Porque el mundo no deja lugares privilegiados en los márgenes, no hay mérgenes, es imposible escapar.»

Es la historia que algunos conocemos de cerca porque es un poco también nuestra historia… la historia de los que queremos huir y buscamos una y otra vez, como Sísifo, que en el siglo XXI es «una conciencia aturdida delante de un montaje colosal cuyos fines ignora…», porque «en el siglo XXI Sísifo está en paro, a perpetuidad. No realiza una tarea absurda, ya no, la sociedad tecnológica le ha liberado de la piedra. Le ha robado su piedra…»

José Ardillo, que se revela aquí como un grandísimo escritor de ficción, nos transmite la imposibilidad de cualquier esperanza porque «la gran amenaza del siglo XXI es que nadie quiere ser malo…», porque vivimos en «la edad de la ‘guerra humanitaria’ del ‘capitalismo verde’, de las ‘clases menos favorecidas’, de la ‘justicia infinita’, de las ‘energías limpias’, de los ‘daños colaterales’ y de las ‘víctimas no implicadas’. No hay forma de escapar de la bondad, del bien, de los bienhechores fanáticos que pueblan el mundo y que programan nuestras y nos hacen olvidar que nuestra vida es un asunto nuestro. Sólo nos queda la búsqueda constante, sin esperanza, porque como Sísifo, sabemos que estamos condenados a repetirla una y otra vez.

contra el progreso

porque… «a medida que el progreso progresaba, revelaba la verdad de su mentira»

 

Contra el Progreso, es un texto clásico y verdaderamente anticipador, escrito por Agustín García Calvo en el exilio y publicado en “Frente libertario” en 1971. Con el fin de amenizar una tertulia con viejos y jóvenes libertarios, que al no ser gente de partido sabían conversar, Agustín prepara un pincho moruno con las nociones abstractas de Futuro, Tiempo, Progreso e Historia, que tanto han servido a la dominación como pilares de su ideología.
Publicado en Argelaga nº5.

Agustín García Calvo

 Dibujo: Poni Micharvegas, Madrid (1987)

Contra el Progreso

 

Parece que la idea de progreso se le impone a todo el mundo: no solo a las gentes de orden, también a los que pretenden estar a la izquierda del Señor, todos creen que la humanidad está algo así como avanzando por una ruta y hacia un futuro; y por consiguiente, es un deber para todos los que luchan por el bien de la humanidad o incluso por el suyo propio: ser progresista, esto es, colaborar al advenimiento del futuro, no quedarse atrás en la marcha del tiempo, no quedarse subdesarrollado: progresar, qué diablos, desarrollarse como Dios manda, y progresar uno mismo, o los negocios o la nación de uno o la humanidad entera, pero en todo caso, progresar.

El reinado de esta fe en parte se ha extendido tanto -yo creo- por culpa de la mucha velocidad que la Historia ha venido cogiendo en los últimos tiempos, que a las gentes de la cáscara amarga, revolucionarios, libertarios y demás, no les ha dado tiempo a ponerse a la altura de las circunstancias. Que es que, efectivamente, hace todavía un siglo, y en muchos sitios al menos, las gentes de orden eran, casi como por esencia, conservadores, enemigos de novedades, tirando a mantener siempre la situación reinante, defensores siempre de lo viejo frente a los peligros de los cambios. Y entonces, claro, lógicamente, a los que quisieran presumir de revolucionarios y de estar en contra no les quedaba más remedio que ser innovadores, progresistas, poner la vista en el futuro, ya que los otros parecían ponerla en el pasado.

Ahora bien, hace ya bastante tiempo que las derechas, por la fuerza de las cosas, se han hecho casi por todas partes (quitando algunos restos de conservadores anacrónicos) dinámicas y francamente progresistas: dinámicas y progresistas se han hecho, también bajo sus formas extremadas o morbosas, que solemos llamar fascistas (quien más progresista, quien más realizador de innovaciones, quien más creyente en el destino y el futuro salvador que los regímenes que crearon los cohetes intercontinentales y desecaron las marismas de Roma), pero también dinámicas y progresistas bajo sus formas liberales y democráticas, donde el ideal de la subida del nivel de vida y la conquista de las metas sucesivas de la ruta de la historia son el estribillo hasta de los políticos más reaccionarios; que pueden diferir en los detalles de esos ideales o en los procedimientos para perseguirlos, pero ninguno se atrevería a presentarse ya con ideas inmovilistas y conservadoras. Y las formas más nuevas del poder que dondequiera triunfan, las que solemos reconocer como tecnocráticas, ¿cuáles son sino las más modernas, avanzadas, progresistas y dinámicas de todas?: la estadística, la administración racional, el ordenador, etc., son sus armas; el nivel de vida, la conquista del espacio, el desarrollo de la industria, las autopistas, la televisión en color, etc., son sus metas.

Y a pesar de todo, siguen los camaradas creyendo que pueden también ellos seguir creyendo en lo mismo que los señores creen y compitiendo incluso con los señores a quién es más progresista o con un progresismo más de veras progresista; y no ya sólo digo los viejos adherentes del socialismo o de los diversos partidos comunistas (que aquí desde luego la cosa es clara, y la misma coexistencia pacífica entre democracias socialistas y liberales está asentada en esa fe común y en la competencia por el mejor progreso), pero también muchos de los que prefieren llamarse anarquistas o libertarios. Es como si la diferencia estuviera en la forma de imaginar el futuro que los unos y los otros tienen y, por consiguiente, en los medios más o menos revolucionarios que recomiendan para alcanzar ese futuro, pero que de lo que se trata es de luchar por el mejor futuro de la humanidad.

Bien, pues aquí os digo y os recuerdo que eso es una ilusión funesta: que con los que mandan el pueblo no se puede estar de acuerdo en nada: que no se puede estar contra el poder y participar al mismo tiempo en ninguna de las ideas que el poder sostiene y que sostienen al poder. La noción de progreso no sólo no es inocente y neutra, sino que es hoy una de las armas y trampas más temibles del poder frente a la reclamación del pueblo, esto es, de los miserables de la tierra. Ellos pueden tener falta de pan, pero no es “pan” lo que gritan cuando se levantan contra el poder (ni mucho menos “automóviles” o “televisores”), sino que su grito sigue siendo “¡Libertad!”. Y entre esa contra-noción o contradicción de “libertad” y la noción de “progreso” no hay amistad posible ni componenda.

Esto podría razonarlo más largamente, si hubiera sitio para ello, o sea seguir dando la razón a lo que el corazón sin duda os dice a todos cuando rompéis con las ideologías con la que cada día la propaganda del Estado y sus servidores os machaca; pero que me baste, para acabar con la cuestión, invitaros a hacer un par de consideraciones:

A) Una, metafísica: a saber, que hay contradicción de raíz entre la idea misma de futuro (que es igual que la idea de tiempo) y el intento de negación del poder, llámesele revolucionario o libertario o como os guste: el grito de libertad está contra la idea misma de futuro; si se habla de futuro, es que se está queriendo conocer lo que nos espera y lo que esperamos; porque hablarse, se habla de las cosas que se conocen; ahora bien, ¿qué quiere decir que conocemos el futuro, sus metas, sus rutas y los medios para alcanzarlo?: quiere decir que lo estamos reduciendo a ser en substancia lo mismo que lo que ya conocemos y padecemos, a ser la continuación de lo mismo de siempre; y si estamos en contra de esto que conocemos y padecemos, ¿cómo vamos a querer hablar de su futuro?: su futuro forma parte de ello mismo. Dicho de otro modo: cuando se dice que es este Estado que nos vive las gentes están oprimidas y esclavizadas por el poder, hay que entender que también lo están sus imaginaciones y sus proyectos; y cualquier futuro en el que creamos desde este mundo de esclavitud tendrá que ser, ya desde nuestra creencia misma, un futuro esclavo; cambio de cara del Señor para seguir siendo el mismo y mantener dinámicamente su dominio.

B) Otra, histórica. La mera observación de unos cuantos hechos que tenemos a la vista: si nos fijamos en los cebos del progreso, los chismes de confort, los medios de facilitar la vida y de ayudarnos a gozar de ella, notaremos enseguida una diferencia entre los más antiguos de ellos, tales como el tren, el servicio de correos y telégrafos, la calefacción de agua, telares mecánicos o grúas, y los más recientes, como el automóvil individual, la televisión, el cemento armado, los satélites artificiales: de los primeros puede todavía sentirse, aunque sea dudosamente, que sirven realmente para algo de lo que dicen, para facilitar un poco el vivir, para liberar un poco de penas, trabajos y preocupaciones, para ayudar un poco a gozar de las otras cosas; respecto a los segundos, en cuanto los miramos serenamente y sin tomar por sentimientos nuestros los tópicos de la propaganda, apenas cabe duda alguna de que no sirven para nada de eso, sino más bien para lo contrario: para carga, para aumento y construcción de las dificultades, para alejamiento de los goces. Y bien, ¿qué quiere decir esto? Uno diría que está bastante claro: que a medida que el progreso ha ido desarrollando sus realizaciones y consolidando sus ideales, ha venido demostrándose como elemento de opresión y de esclavitud; que a medida que el progreso progresaba, revelaba la verdad de su mentira.

Y, sin embargo, por la propia inercia de la Historia, parece estar tan sólido y arraigado todavía el dominio de ese ideal funesto, hasta entre los mismos enamorados de la libertad, que seguramente muchos dudaréis si tomaros este sermón en serio. Y eso a pesar de que bien tenéis por lo menos el ejemplo de tantas bandadas de muchachos por Norteamérica o por Europa que, más o menos torpemente y con más o menos desviaciones, aciertan a rechazar con su propia vida algunos de los aspectos de ese ideal y sus realizaciones.

Hermoso sería el día, hermosa la noche, que estallaran unos cuantos atentados llameantes contra coches particulares, contra el cemento de autopistas y bloques de viviendas, contra antenas de televisión por los tejados. Y que a las llamas de esos atentados contra los símbolos del progreso pudieran leerse algunas claras palabras que explicaran a los rebaños metropolitanos cómo esos atentados, por el hecho mismo de no ir contra las figuras tradicionales del poder, sino contra sus formas más progresadas de imposición en la vida, iban más al corazón de un poder que ha puesto su corazón en su progreso. Entre tanto, me habré de contentar con invitar a los lectores a través de estas letras impresas a pronunciar conmigo algunos mueras como los siguientes:

¡MUERA EL AUTOMÓVIL!

¡MUERA LA TELEVISIÓN!

¡MUERA EL FUTURO!

¡MUERA EL TIEMPO!

Y si acaso todavía, tú que me lees, te quedas preocupado al leer esto y me preguntas inquieto por tu futuro o por el futuro de tus nietos, y que, bien, que tal vez no esté mal eso de rebelarse contra el progreso, pero que qué vamos a hacer después, que bien está destruir, pero que, de todos modos, habrá que ver cómo va a vivir la gente, cómo va a construirse, en suma, el reino del futuro, a eso no me queda sitio para contestarte más que lo siguiente: que si tú eres anarquista, mi abuela se llamaba Acracia.

La descommunal. Revista de patrimonio y comunidad

La descommunal

 

La descommunal es una nueva revista en formato electrónico de «patrimonio y comunidad». El primer número, el CERO, contiene algunas reflexiones muy interesantes sobre el patrimonio como bien comunal.

Es una revista que promete… En este numero cero encontramos algunos materiales de gran interés como por ejemplo los siguientes artículos: «Pasado, propiedad y poder: Crítica desde una Arqueología anarquista a la construcción estatal y académica del Patrimonio arqueológico en Argentina», «Epistemología local y descolonización del Patrimonio inmaterial de los saberes y conocimientos tradicionales» y otro sobre una experiencia de autogestión en territorio mapuche. Además hay muchos otros materiales como el relato titulado «BIC, un superhéroe patrimonial».

Página web de La Descommunal

 

Montes de socios, de propiedad compartida a bienes mostrencos

montes de socios

 

En derecho, los bienes mostrencos son todos aquellos bienes, muebles que se encuentran perdidos, abandonados o deshabitados y sin saberse su dueño. Los bienes mostrencos al estar vacantes y carentes de dueño son susceptibles de adquisición por ocupación. No obstante, esta regla general que resulta de fácil aplicación tratándose de bienes muebles o semovientes, requiere ciertas matizaciones cuando se trata de inmuebles, pues en estos casos, los inmuebles deshabitados, abandonados o sin dueño conocido se adjudicarán al Estado.

La constitución de «montes de socios» fue la forma en la que durante el siglo XIX muchos comunales se salvaron de pasar a manos privadas como consecuencia de la desamortización. Los pueblos mantuvieron sus comunales por medio de la propiedad colectiva. Hoy en día, en muchos casos, no se conoce quienes son los propietarios y estos montes de socios corren el riesgo de pasar a manos del Estado que hará con ellos lo que le parezca mejor: venderlos al mejor postor, precisamente lo que se trató de evitar hace ya casi doscientos años.

la inevitable clandestinidad

No hay otra forma de hacer frente a la deriva de la civilización actual que nos conduce hacia el caos, hacia el final de la humanidad. No se puede hacer nada para lograr un mundo diferente,  otros mundos posibles. Sólo es posible ir construyéndolos poco a poco y eso sólo es posible desde los márgenes, desde la clandestinidad…

 

 

Por la autonomía y la vida en nuestros pueblos

Por la autonomía y la vida en nuestros pueblos

 

 

Por la autonomía y la vida en nuestros pueblos

En respuesta a la aprobación de la llamada “Ley de Sostenibilidad y Racionalización de la Administración Local”, que pone en grave riesgo lo poco que queda aún de autonomía en el funcionamiento de los pequeños núcleos rurales en los que todavía hay algo de vida, la Plataforma Rural organizó unas Jornadas “Por la Autonomía en los Pueblos”. Fruto de estas Jornadas que se celebraron en abril de 2013 son los materiales recogidos en el presente informe.

Asfaltar Bolivia

Se llaman gobiernos revolucionarios, de izquierdas, populares, indígenas… pero son más de lo mismo. Deciden cómo tiene que vivir la gente; deciden lo que necesita el pueblo; deciden lo que es pobreza y lo que es riqueza; deciden que lo que hace falta es progresar, ser modernos, desarrollarse… A estro se le empezó a llamar «Despotismo Ilustrado» hace algunos siglos… Y seguimos instalados en él.

El gobierno de Evo Morales quiere sacar de la pobreza  a su pueblo, porque para ellos vivir en un choza de paja, sin electricidad, ni teléfonos, ni televisión, es ser pobre. Quiere llevar el progreso y el desarrollo a los pobres indígenas…

Evo Morales forma parte del plan globalizador que pretende asfaltar el mundo entero para acabar con la pobreza de quienes no se sienten pobres y llevarles la riqueza de quienes son pobres de verdad.

 

 

La ideología del Progreso en Latinoamérica

Las palabras “progreso”, “desarrollo” y “modernización” en el mundo capitalista, o sea, en el mundo, son la corteza ideológica de la acumulación de capitales y el crecimiento económico; configuran el discurso de la clase dominante puesto que ellas son su eje vertebrador. En América Latina, mientras imperó el modelo agro-exportador neocolonialista y gobernaron las oligarquías que se beneficiaban de él, tales conceptos tuvieron un significado claro: el progreso era progreso de los otros, del capitalismo exterior. El desarrollo mundial de las fuerzas productivas se concretaba en subdesarrollo local y la capitalización exterior, en una descapitalización interior. Mientras dominaron los terratenientes latifundistas y la burguesía comercial, la inmensa “riqueza” de la tierra, es decir, el precio de sus recursos en el mercado mundial, equivalía a la pobreza más abyecta de la mayoría de sus habitantes, proletarizados a la fuerza y bajo la amenaza permanente de la desocupación. A falta de una clase media floreciente y de una burguesía local emprendedora, la industrialización fue tardía, escasa y deficiente. Entre tanto, el papel de la tecnología en el desarrollo económico adquiría una importancia creciente y la clase dirigente latinoamericana tenía que importarla trasfiriendo su coste a la masa asalariada. El sistema hacía aguas y se sumergía en crisis sociales intensas. La paradoja de un capitalismo imperialista enemigo de un desarrollo capitalista local dio lugar a la formación de un nacionalismo resistente, curiosamente representado por políticos conservadores y dictadores militares que se significaron en el aplastamiento de un movimiento obrero independiente, de un campesinado combativo y de una clase media radical en horas bajas. El programa industrializador y desarrollista de la casta militar usaba el Estado como agente principal, tratando de desempeñar la función histórica que no tuvo la burguesía.

El Estado debía romper la “dependencia” político-económica exterior, reforzando bancos nacionales y levantando barreras proteccionistas, aunque sin lesionar ni los intereses caciquiles sobre los que se sostenía, ni contrariar la geoestrategia del capital estadounidense. En un pulso desigual, el imperialismo norteamericano se impuso y la vía “prusiana” autoritaria de desarrollo capitalista fue la que predominó durante la fase globalizadora: el Tesoro americano, la Banca Mundial y el Fondo Monetario Internacional, fueron las instancias que perfilaron sin discusión las políticas económicas de Latinoamérica basadas en la estabilidad macroeconómica y la inversión exterior, al menos hasta finales de los noventa. Los exiguos logros de la globalización permitieron el acceso de la población urbana a las migajas obtenidas con la explotación del territorio y la terciarización, pero el principal fruto que el desarrollismo desregularizador y neoliberal había desarrollado era una burocracia depredadora y corrupta cuya gestión arruinó a las nacientes masas consumidoras, empujándolas a la emigración y desestabilizando un país tras otro. En ese contexto emergen nuevas fuerzas sociales de perfil socialpopulista que amparándose en las estructuras políticas vigentes llegarán al poder. A pesar del lenguaje izquierdista a la antigua usanza, no pretenden abolir capitalismo mediante una “revolución” socialista. Dichas fuerzas, producto de la evolución de las clases en la última fase capitalista, tratan en realidad de estimular la creación de capitales desde una óptica reindustrializadora y neoextractivista. El Estado vuelve a ser el instrumento de un despegue económico y tecnológico capaz de repartir beneficios y dotarse de una amplia base social. La nueva burocracia es progresista, ya que la componen dirigentes de los recientes movimientos sociales, viejas figuras de los antiguos y tecnócratas de vanguardia; también es el agente actual del desarrollismo, hoy muy dependiente del capital financiero, y el adalid del progreso material entendido como alta capacidad de consumo de mercancías.

Es evidente que el “desarrollo” de la economía es fundamental para la buena marcha de una sociedad sometida a las leyes del mercado mundial, y éste parece depender ante todo de la explotación de recursos mineros, madereros, acuíferos, narcóticos, agrícolas y petroleros. Parece que no haya más alternativa que la desintegración de las viejas estructuras ligadas a formas obsoletas de capitalismo o la destrucción del territorio y la desintegración de las comunidades supervivientes. La nueva clase dirigente intenta entonces imponer un modelo extractivo basado en la explotación del patrimonio natural como motor principal de crecimiento. Reproduce pues el viejo modelo exportador, pero con la novedad de reinvertir parte de las ganancias en los sectores de la población sobre todo campesina que permanecían al margen del mercado, hecho que les hacía merecer la categoría de “pobres”, recurriendo al crédito con el objeto de integrarlos en el mercado y de pasada legitimarse. Según los cánones progresistas, el “bienestar” se concreta en la posesión de objetos fetiche como automóviles, electrodomésticos, ordenadores y teléfonos portátiles, en el uso de pesticidas y cartillas bancarias, o en la compra en grandes superficies, exactamente el tipo de miseria caracterizada por la abundancia de mercancía inútil que prolifera en los países enteramente capitalizados. El Progreso, bandera de la nueva clase, no es más que la industrialización del territorio y la monetarización de toda la actividad social. Así pues, los modos de vida tradicionales, agrarios, colectivistas, han de sucumbir ante el modo de vida moderno, consumista, individualista y depredador, para que el sistema económico se mantenga y la burocracia extractivista se consolide.

En América Latina, los Estados son ahora la pieza clave de la globalización, de cuyas infraestructuras se encargan sus gobiernos. Las carreteras, las represas, las urbanizaciones y las centrales eléctricas preparan y acondicionan el territorio para la penetración de la economía: se encargan de “vertebrar y articular el país”, es decir, facilitan la transformación del territorio en capital. Dicho proceso es indiferente a las necesidades reales de la población y a los impactos medioambientales, pues persigue objetivos meramente capitalistas. Y precisamente las comunidades indígenas, no contaminadas por el Progreso se yerguen como baluarte de la barbarie desarrollista, pagando el precio de la criminalización de su protesta, de los vejámenes policiales y del soborno de sus representantes. La defensa del territorio no es simplemente una resistencia a la expropiación, es una defensa de la identidad, de la cultura, del patrimonio ancestral. Por eso se convierte en faro de las masas urbanas colonizadas, atrapadas en modos de vida neuróticos, frustrantes y despersonalizados, reprimidos, infelices y extremadamente dependientes. La idea de Progreso cobra en las periferias metropolitanas, en las conurbaciones parásitas, un sentido tanto o más macabro que en los proyectos faraónicos insensatos con que la nueva casta progresista castiga al territorio. Las luchas no se detienen en regatear servicios estatales, reclamar más créditos o exigir más puestos de trabajo, reivindicaciones que limitan los movimientos urbanos. Son luchas antiestatales y anticapitalistas, reclaman el derecho a ignorar al Estado-Capital y vivir al margen de él. Precisamente lo que en la época de su fusión completa con el Capital ningún Estado puede tolerar.

Argelaga, 12 de marzo de 2015

Educando el mundo

Lo que caracteriza al mundo moderno por encima de todo es la voluntad de imponer un modelo único para todos. El modelo del progreso, del crecimiento ilimitado, de la ciencia, de la codicia, del dinero y del consumo insaciable. Para ello todos los demás modelos existentes o posibles deben ser erradicados por completo. La educación es una de sus armas más importantes, aunque no la única.

A pesar de todo, lo peor de este modelo no es que sea un modelo basado en la codicia y en la competencia. Lo peor es que pretenda ser el único válido, el bueno, el verdadero, el mejor, el más evolucionado…

Como muy bien expresó Ivan Illich, “la escuela es la agencia de publicidad que le hace a uno creer que necesita la sociedad tal como está”. Es por ello por lo que la escuela es obligatoria y es por ello por lo que los colonizadores -occidentales, hombres y blancos- se esfuerzan tanto en promover “la educación” por todo el mundo. Una educación que tiene como objetivo acabar con todo vestigio de culturas diferentes de la cultura única basada en el capitalismo, el patriarcalismo, el etnicismo y el racionalismo.

La educación en el modelo único acaba con los modelos culturales tradicionales, con los modelos marginales y con cualquier posibilidad de vivir y de entender la vida de una forma diferente a la forma capitalista, patriarcal y racional. No hay sitio en el mundo para poder vivir de otra manera diferente a la dictada por el modelo único. Las culturas tradicionales se convierten en mercancías para la industria turística.

El hombre-blanco-occidental-racional-evolucionado se considera el salvador de los pueblos atrasados. Acude a ellos para ayudarles y lo primero que hace es ayudarles a perder su lengua, sus costumbres, su forma de vivir adaptada a su entorno, en definitiva: su cultura. Lo más triste es que las amenazas más grandes provienen de las buenas intenciones.

Con el pretexto de sacarles de la pobreza, del atraso y de la superstición se lanza a millones de personas a una vida indigna enmedio de la miseria y de la suciedad en grandes basureros, en suburbios con chabolas de chapa y cartón…

Educando el mundo: La última responsabilidad del Hombre Blanco (Schooling the World: The White Man’s Last Burden) es una película realizada por Carol Black:

1898 1900 Gandhi